Niño que sueñas

viernes, 23 de marzo de 2007


Ilustración: Patricia Pereyra


Pero despierto y hay ruido por todas partes, la gente pasa corriendo en todas direcciones y todos parecen ir tras de algo o alguien que se les escapa. Entonces me levanto y estoy aun aturdido y mi cuerpo medio entumecido no sabe mantenerse en pie, y tropiezo y casi caigo, pero logro prenderme de una barra de metal helado y negro. Y recién ahora comprendo que es esto una estación de trenes o autobuses, aviones o cohetes a la luna.

Allí, delante, hay unos que se abrazan y lloran, y parece como si hace mucho tiempo se hubiesen estado esperando y buscando. Yo los miro…”y si, tal vez, entonces” y el corazón se me estremece y pienso que acaso estoy allí siendo esperado por alguien a quien deseo ver también desde hace tanto.

En ese momento observo que hay gente que sigue esos carteles que gritan unos “Felipe Robles” otros “Paula del Cedro y Flia” y trato de recordar el nombre mío. Pero me duele tanto la cabeza que no logro recordar nada. Y en un segundo me cubre un sudor frío, y tiemblo y me estremezco: no sequien soy. Oscuramente ahora, una intuición después, ¡por fin recuerdo! Y entonces una alegría indecible me salpica el rostro y mis ojos buscan el nombre que soy en las letras de los carteles que desfilan por enfrente, llevándose una vez un solo nombre y otras veces varios nombres de una vez.

Repito el dibujo de los labios que van diciendo los nombres de quienes ellos buscan, la curva de las bocas que preguntan por esos a quienes alguien espera con ansias y con un abrazo madurado en la distancia y la carencia. Pero ningún cartel dice el nombre mío, ninguno de esos labios dibuja el dibujo que mis labios dicen cuando me nombran.

Y otra vez me alegro porque un poco mas allá veo una ventanita en la que algunos hacen fila: tal vez allí me digan quien es el que me espera, quién el que sabe quien soy y tiene junto a su pecho un abrazo maduro que espera mi abrazo como la tierra espera la lluvia}, y tal vez al verme ese que espero desde hace mucho con abrazo colgado en el pecho llore al verme y yo deshaga en lagrimas por fin de alegría.

“Informes” dice el cartel donde hacen fila esos, que, como yo, no han encontrado su nombre repetido en un cartel o un par de labios. Allí, una mujer vestida de azul y blanco gobierna una oficina pequeña de apenas un par de metros. En las paredes cuelgan calendarios de años que no recuerdo y fotografías de lugares que jamás he visto; todo allí parece fantástico y extraño. Entonces me alivia ver como la mujer mira en su lista y dice a cada uno de los que preguntan quién es el que los espera, y les da una tarjeta y ellos sonríen, porque allí de seguro está esperándolos un abrazo tibio. Y entonces corren de nuevo y los ojos les brillan, y cuando yo los veo se me alegra el pecho y me dan ganas de que pronto llegue mi turno y ya falta poco. Apenas cinco, y cuatro, y tres, y un par más, solo uno…

Entonces me cuelgo del mostrador al que apenas llego y digo precipitadamente mi nombre y pregunto quién es el que me espera y estiro mi mano para tomar mi tarjeta. Pero la mujer de blanco no me escucha y entonces repito mi nombre, pero veo que ella mira al que esta detrás de mi y a ese le da su tarjeta y él corre y sus ojos le brillan.

Me quedo repitiendo mi nombre a gritos, pero ella ni nadie me oyen, y trepado al mostrador, grito. Grito cada vez mas fuerte y trato de asir a la mujer, y mis manos la perforan, y su ropa de bruma burla mi esperanza deshaciéndose entre mis dedos, pero su figura ya lejos de mi se rehace, y la fila se termina. Entonces ella detiene su mirada en mi, y en ella parece haber algo como una burla; toma la tarjeta que le queda y mirándome, le enciende fuego. Nítidamente veo allí mi nombre escrito y debajo otro nombre que trato de descifrar, pero ella arroja la tarjeta encendida al suelo y se marcha riendo.

Entonces yo salto el mostrador e intento tomar mi tarjeta que arde pero ya es tarde y me quemo, y la arrojo al piso y ya es ceniza y la mano me duele y corazón me duele y un abrazo colgado del pecho se pudre entre mis brazos que cuelgan como ramas muertas y me veo reflejado en un cristal quebrado y todo se queda a oscuras y unas lagrimas que no puedo contener me hieren y me van lavando poco a poco el rostro hasta que no veo mas mi reflejo y desaparezco…

Nocturnidades

Lejano, intenso, urgente y preservado del tiempo, ya inmortal. Muerto vivo, suena Miles Davis. Lo veo aferrado a su gran oráculo negro y dorado, disparando eternidad y trozos de tiempo en escalas. Te veo a vos que no estás en este cuarto, ni en esta casa, ni en la manzana. No estas en Córdoba, no estás conmigo en esta cama que de pronto es inmensa.

Y ahora es tan fácil imaginar que vos tampoco conseguís dormir, verte ahí, atravesada en tu cama, enredada entre sábanas, almohadas y ropa de dormir. Atravesada también por esto. Esto que ni vos ni yo necesitamos nombrar aún, tal vez para ordenarlo y clasificarlo.

Rótulos. Como los de los frascos en la alacena de la cocina. Y esto es la esperanza, y aquí la alegría. Agregar además un poco de cordura y sentido común. Un poco de sal, una pizca de comino y pimienta negra. Rótulos. Ah, por cierto, muy importante: sazonar la mezcla con pasión a gusto. Las recetas.

Pero dónde nadie aprendió alguna vez la farmacopea de la felicidad. Y ahora me dirás como aquella otra vez: he descubierto que la felicidad no existe. Y pensaré entonces, sin decirte nada, cuántas postergaciones, cuántas renuncias, cuánta paz alquilada amortizada con ásperos silencios habrán hecho falta para dejar de creer.

Pero ahora vos tampoco conseguís dormir.

Para espantar este insomnio que porfía en tejer y destejer esta trama del derecho y del revés, sin mirar agarro del montón de libros de la mesa de luz uno cualquiera. Me sonreís en la pantalla del monitor. Me miras ladeando la cabeza. ¿Espiás que leo? Creo que a vos también te gustaría este tomo, El libro de la risa y el olvido, Milan Kundera.

Los ojos pasean, caminan párrafos enteros y como un murmullo lejano me entero de que Karel piensa : “delante de todo hay una gran pera y mucho más atrás un tanque, pequeñito como una mariquita que en cualquier momento puede levantar el vuelo y desaparecer. Ay, si, en realidad mamá tiene razón: el tanque es mortal, y una pera es eterna”. Inmediatamente recuerdo esa otra figura: una mujer hastiada de un mundo hacia el que no siente mayor apego, decide caminar para siempre con una flor de nomeolvides azul frente a su rostro, ya para siempre sin memoria.

Y ahora vos tampoco conseguís dormir.

Y sin embargo ahora aquí hay de todo menos falta de memoria. Y menos aun deseo de perderla.