Parole de Femme

sábado, 8 de marzo de 2008

El libro de la Risa y el Olvido, Milan Kundera

 

                                     jasmin

 

¿Reír? ¿Acaso nos preocupamos alguna vez por reír? Quiero decir reír de veras, más allá de la broma, de la burla, del ridículo. Reír, goce intenso y delicioso, todo goce...

Yo le decía a mi hermana, o ella me decía, ven, ¿jugamos a reír? Nos acostábamos una junto a la otra en la cama y empezábamos. para hacer como que hacíamos, por supuesto. Risas forzadas. Risas ridículas. Risas tan ridículas que nos hacían reír. Entonces venía, sí, la verdadera risa, la risa entera a arrastrarnos en su rompiente inmensa. Risas estalladas, proseguidas, atropelladas, desencadenadas, risas magníficas, suntuosas y locas... y reíamos al infinito de la risa de nuestras risas... Oh risa, risa del goce, goce de la risa; reír es vivir tan profundamente.

El texto que acabo de citar ha sido extraído de un libro titulado Parole de femme. Fue escrito en 1974 por una de las feministas apasionadas que han marcado notablemente el clima de nuestro tiempo. Es un manifiesto místico  de la alegría.  En contraposición al deseo sexual del hombre que, consagrado a los fugaces instantes de la erección, va por lo tanto fatalmente ligado a la violencia, al aniquilamiento y a la desesperación, la autora exalta como como su antípoda la alegría femenina, la satisfacción, el placer, con una palabra francesa, jouissance, que es dulce, omnipresente, e ininterrumpida . Para la mujer, en tanto que no está alienada a su propia sustancia, comer, beber, orinar, defecar, tocar, oír e incluso estar presente, todo es goce. Esta enumeración de voluptuosidades se extiende a través del libro como una bella letanía. Vivir es feliz: ver, oír, tocar, beber, comer, orinar, defecar, hundirse en el agua y mirar al cielo, reír y llorar. Y si el coito es bello, lo es porque es la totalidad de los goces posibles de la vida: tocar, ver, escuchar, hablar, sentir, pero también beber, comer, defecar, conocer, bailar. Amamantar es también un goce, incluso el parto es un goce, la menstruación es una delicia, esa tibia saliva, esa leche oscura, ese derrame tibio y como azucarado de la sangre, ese dolor que tiene el gusto ardiente de la felicidad.

Sólo un imbécil podría sonreír ante este manifiesto de la alegría. Toda mística es exceso, el místico no debe tener miedo al ridículo si quiere llegar hasta el fin de la humildad o hasta el fin del goce. Así como Santa Teresa sonreía en su agonía, Santa Annie Leclerc (éste es el nombre de la autora del libro del que tomé estas citas) afirma que la muerte es un fragmento de alegría y que sólo el hombre la teme porque está miserablemente apegado a su pequeño yo y a su pequeño poder.

En lo alto, como formando la bóveda de ese templo de la felicidad, suena la risa, delicioso trance de dicha, colmo extremo del goce. Risa del goce, goce de la risa. Indudablemente esa risa no tiene nada que ver con la broma, la burla o el ridículo. Las dos hermanas tendidas en su cama no se ríen de nada concreto, su risa carece de objeto, es la expresión del ser que se alegra de ser. Del mismo modo en que por su gemido el hombre se encadena al segundo presente de su cuerpo que sufre (y está fuera por completo del pasado y del futuro), en esa risa estática el hombre no recuerda ni desea, sino que lanza su grito al segundo presente del mundo y sólo quiere saber de él.

Sin duda recordarán esta escena por haberla visto en decenas de películas malas: una muchacha y un muchacho corren tomados de la mano por un hermoso paisaje primaveral (o veraniego). Corren, corren, corren y ríen. La risa de los dos corredores debe proclamar al mundo entero y todos los espectadores de todos los cines: ¡Somos felices, estamos contentos de estar en el mundo, estamos en armonía con el ser! Es una escena estúpida, es cursi, pero expresa una actitud humana fundamental: la risa seria, la risa más allá de la broma.

Todas las iglesias, todos los fabricantes de ropa interior, todos los generales, todos los partidos políticos, se ponen de acuerdo sobre ese tipo de risa y colocan la imagen de los corredores que corren riendo en los carteles con los que hacen la propaganda de su religión, de sus productos, de su ideología, de su pueblo, de su sexo y de su polvo para lavar la vajilla.

Con ese tipo de risa, justamente, se ríen Micaela y Gabriela. Salen de una papelería, tomadas de la mano, balanceando en la mano libre cada una un paquetito en el que hay papel de color, pegamento y una gomita.

-La Sra. Rafael va a quedar entusiasmada, ya verás - dice Gabriela, y emite un sonido agudo y entrecortado. Micaela, está de acuerdo con ella y le responde con un ruido bastante similar.

 

 

 

In Memorian Julio Cortázar

jueves, 6 de marzo de 2008

Rayuela Capítulo 7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.

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Martes, en Bouville. (La Náusea, Jean Paul Sartre)

sábado, 1 de marzo de 2008

 

9789500306539 Hoy mi vida llega a su fin. Mañana habré dejado esta ciudad que se extiende a mis pies, donde viví tanto tiempo. Ya no serás más que un nombre, rechoncho, burgués, muy francés, un nombre en mi memoria, menos rico que los de Florencia o Bagdad. Llegará una época en que me pregunte: “Pero cuando estaba en Bouville, ¿qué podía hacer durante todo el día?” Y de este sol, de esta tarde, no quedará nada, ni siquiera un recuerdo.

Toda mi vida está detrás de mí. La veo entera, veo su forma, veo los lentos movimientos que me han traído hasta aquí. Hay pocas cosas que decir de ella: una partida perdida, eso es todo. Hace tres años que entré en Bouville, solemnemente. Había perdido la primera vuelta. Quise jugar la segunda y también perdí; perdí la partida. Al mismo tiempo, supe que siempre se pierde. Sólo los cochinos creen ganar. Ahora voy a hacer como Anny, me sobreviviré. Comer, dormir. Dormir, comer. Existir lentamente, dulcemente, como esos árboles, como un charco de agua, como el asiento rojo del tranvía.


La Náusea me concede una corta tregua. Pero sé que volverá; es mi estado normal. Sólo que hoy mi cuerpo está demasiado agotado para soportarla. También los enfermos tienen afortunadas debilidades que les quitan, por algunas horas, la conciencia de su mal. Me aburro, eso es todo. De vez en cuando bostezo tan fuerte que las lágrimas me ruedan por las mejillas. Es un aburrimiento profundo, profundo, el corazón profundo de la existencia, la materia misma de que estoy hecho. No me descuido, por el contrario; esta mañana tomé un baño, me afeité. Sólo que cuando pienso en todos esos pequeños actos cuidadosos, no comprendo cómo pude ejecutarlos; son tan vanos. Sin duda el hábito los ejecuta por mí. Los hábitos no están muertos, continúan afanándose, tejiendo muy despacito, insidiosamente, sus tramas; me lavan, me secan, me visten, como nodrizas. ¿Habrán sido ellos, también, los que me trajeron a esta colina? Ya no recuerdo cómo vine. Por la escalera Dautry, sin duda; ¿pero subí realmente, uno por uno, sus ciento diez peldaños? Lo que quizá sea aún más difícil de imaginar, es que después voy a bajarlos. Sin embargo, lo sé; dentro de un rato me encontraré al pie del Cotean Vert; alzando la cabeza podré ver iluminarse a lo lejos las ventanas de estas casas que están tan cerca. A lo lejos. Sobre mi cabeza; y este instante, del que no puedo salir, que me encierra y me limita por todos lados, este instante del que estoy hecho, será un sueño borroso.


Miro, a mis pies, el centelleo gris de Bouville. Bajo el sol, es como montones de conchas, escamas, huesos astillados, casquijo. Perdidos entre esos restos, minúsculos resplandores de vidrio o de mica lanzan con intermitencias luces ligeras. Los arroyuelos, las zanjas, los delgados surcos que corren entre las conchas serán calles dentro de una hora; caminaré por esas calles, entre muros. Dentro de una hora seré uno de esos hombrecitos negros que distingo en la calle Boulibet.

Sartre13 Qué lejos de ellos me siento, desde lo alto de esta colina. Me parece que pertenecen a otra especie. Salen de las oficinas, después de la jornada de trabajo, miran las cosas y las plazoletas con aire satisfecho, piensan que es su ciudad, “una hermosa ciudad burguesa”. No tienen miedo, se sienten en su casa. Nunca han visto otra cosa que el agua domeñada que sale por los grifos, la luz que surge de las bombitas cuando se hace presión en el interruptor, los árboles mestizos, bastardos, sostenidos con horquetas. Cien veces por día tienen la prueba de que todo se hace mecánicamente, que el mundo obedece a leyes fijas e inmutables. Los cuerpos abandonados en el vacío caen todos a la misma velocidad, el jardín público se cierra todos los días a las dieciséis en invierno, a las dieciocho en verano, el plomo se funde a 335°, el último tranvía sale del Ayuntamiento a las veintitrés y cinco. Son apacibles, un poco taciturnos, piensan en Mañana, es decir, simplemente, en un nuevo hoy; las ciudades sólo disponen de una sola jornada que se repite, muy parecida, todas las mañanas. Apenas la adornan un poco los domingos. Imbéciles. Me repugna pensar que volveré a ver sus caras gruesas y tranquilas. Legislan, escriben novelas populistas, se casan, cometen la extrema estupidez de tener hijos. Entre tanto, la gran naturaleza vaga se ha deslizado en la ciudad, se ha infiltrado en todas partes, en sus casas, en sus oficinas, en ellos mismos. No se mueve, permanece tranquila, y los hombres están bien metidos dentro, la respiran y no la ven, se imaginan que está afuera, a veinte leguas de la ciudad. Yo veo esa naturaleza, yo la veo... Sé que su sumisión es pereza, sé que no tiene leyes: lo que ellos toman por constancia... Sólo tiene hábitos y puede cambiarlos mañana.

 

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¿Y si sucediera algo? ¿Si de golpe se pusiera a palpitar? Entonces comprenderían que  está aquí y les parecería que el corazón iba a estallarles. ¿Entonces de qué les servirían sus diques y sus murallas, y sus centrales eléctricas, sus altos hornos, sus prensas hidráulicas? Puede suceder en cualquier momento, quizá en seguida; éstos son los presagios. Por ejemplo, un padre de  familia de paseo vera acercársele, por la calle, un guiñapo rojo como empujado por el viento. Y cuando el guiñapo esté muy cerca, verá que es un trozo de carne podrida, manchada de polvo, que se arrastra reptando, brincando, un pedazo de carne torturada que rueda por las alcantarillas proyectando espasmódicos chorros de sangre. O una madre mirará la mejilla de su hijo y le preguntará: “¿Qué tienes ahí? ¿Un grano?” y verá que la carne se hincha, se resquebraja un poco, se entreabre, y en el fondo de la grieta aparecerá un tercer ojo, un ojo risueño. O sentirán suaves roces en todo el cuerpo, como las caricias que los juncos hacen a los nadadores en la ribera. Y sabrán que sus ropas se han convertido en cosas vivas. Y otro encontrará que algo le raspa en la boca. Y se acercará a un espejo, abrirá la boca; y su lengua se habrá convertido en un enorme ciempiés vivo, que agitará las patas y le arañará el paladar. Querrá escupirlo, pero el ciempiés será una parte de sí mismo y tendrá que arrancárselo con las manos. Y aparecerán multitud de cosas para las cuales habrá que buscar nombres nuevos: el ojo de piedra, el gran brazo tricornio, el pulgar-muleta, la araña-muleta. Y aquél que esté dormido en su buena cama, en su dulce cuarto caliente, se despertará desnudo en un piso azulado, en un bosque de vergas zumbantes, erguidas, rojas y blancas, hacia el cielo, como las chimeneas de Jouxtebouville, con grandes testículos medio salidos de tierra, velludos y bulbosos, como cebollas. Y revolotearán pájaros alrededor de estas vergas y las picotearán y las harán sangrar. El esperma correrá lenta, dulcemente, de esas heridas, esperma con sangre, vidrioso y tibio, con burbujitas. O no sucederá nada de todo esto, no se producirá ningún cambio apreciable, pero una mañana, al abrir las celosías, las gentes quedarán sorprendidas porque las cosas estarán pesadamente rasgadas de una especie de sentido horrible, como si esperaran. Nada más que esto; pero por poco que dure, habrá cientos de suicidios. ¡Bueno, sí! Que esto cambie un poco, para ver; no pido otra cosa. Entonces veremos a otros bruscamente sumidos en la soledad. Hombres solos, completamente solos, con horribles monstruosidades, correrán por las calles, pasarán pesadamente delante de mí, con los ojos fijos, huyendo de sus males y llevándolos consigo, con la boca abierta y su lengua-insecto batiendo las alas. Entonces lanzaré una carcajada, aunque mi cuerpo esté cubierto de sucias costras opacas que se abrirán en flores de carne, en violetas, en ranúnculos. Me apoyaré en una pared y les gritaré al pasar: “¿Qué habéis hecho de vuestra ciencia? ¿Qué habéis hecho de vuestro humanismo? ¿Dónde está vuestra dignidad de cañas pensantes?” No tendré miedo, o por lo menos no más que en este momento. ¿Acaso no será siempre existencia, variaciones sobre la existencia? Todos esos ojos que devorarán lentamente un rostro, estarán de más, sin duda, pero no más que los dos primeros. La existencia es lo que temo.

Cae la noche, las primeras lámparas se encienden en la ciudad. ¡Dios mío! Qué natural parece la ciudad a pesar de todas sus geometrías, qué aplastada por la noche. Es tan... evidente, desde aquí: ¿es posible que yo sea el único en verlo? ¿No hay en ninguna parte otra Casandra, en la cima de una colina, mirando a sus pies una ciudad sumergida en el fondo de la naturaleza? Por lo demás, ¿qué me importa? ¿Qué podría decirle?

Muy despacito mi cuerpo se vuelve hacia el este, oscila un poco y echa a andar.

Tres Variaciones sobre Los cuentos de Ise (Ariwara No Narihira)

viernes, 29 de febrero de 2008

 

 

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“De este o del otro lado del bien y del mal, estas páginas clásicas del Japón ignoran lo moral y lo inmoral. Como los cretenses, los habitantes de Ise tenían fama de mentirosos. El titulo de la obra sugeriría que los relatos que contiene son falsos. No es imposible que el anónimo autor haya compuesto muchos de los poemas y haya imaginado después las dramáticas circunstancias que lo explicarían”.

J. L. Borges

 

Prolegómeno

 

15-03-07_0240 En mi cuarto no caben más muebles. Resta apenas el espacio necesario para moverme: me encuentro cercado por la cómoda para los trapos (sólo los de estación, no pida mas, amigo) una mesa de luz con despertador radio portátil vaso con agua nocturna sed. Hombre prevenido, se sabe. Con un paso recorro el intervalo que va de la cama al escritorio con la computadora y una silla, y dos pasos más sobran para ganar la puerta.

En mi biblioteca no caben más libros. Una pared con tres módulos de estantes completos. Sobre cada línea de anaqueles repletos de tomos verticales, otros menos afortunados apilados en modo horizontal; sobre la cómoda, varias pilas de horizontales; sobre el televisor muchos de los más queridos, o frecuentes, o más recientes. También horizontales. (Leía hace unos días que entre algunas elites pseudoculturosas es un pecado intelectual mirar televisión. No se sulfuren, inquisidores. Este aparato pide hace años la visita de un técnico). Y los de la mesa de luz en posiciones varias, y los del bolso de mano, la lectura de turno. Ah, no olvidar. Los de facultad encerrados en una caja de cartón, bajo siete llaves.

(Adición realizada luego de hablar con S.: En mi cuarto no caben más muebles, en mi biblioteca no caben más libros. En mi mente los recuerdos amontonados en descomunal desorden. Y el aguijón de sentir la exigencia obsesa, la ardua necesidad de ser cabal con mi tarea de restaurador curador lutier: ellos vienen, irrefrenables, impolutos y obcecados. Entonces el insomnio a medio día: operación de atender sus pretensiones en tiempo y forma, sus voces estridentes, sus rapsodias y sus calidoscópicas figuras. En mi mente. ¿En mi corazón no cabe más? ¿Qué más? Que no haya más territorio para un dolor antiguo, moderno o contemporáneo. Que la piel no se condene descubierta para ganar una herida. Que se clausure la venta de odios y rencores, antipatías, aversiones, resentimientos y todas sus prosapias. Que se preserve de tanto naufragio un rincón tranquilo con pájaros nocturnos. Que en una grieta reseca se salve una semilla de cualquier flor silvestre. Que mi cuenco de sangre y tambor se vacíe de terror a la ausencia. Que consiga decir sin más, como Luis Eduardo: Prefiero, amor, amar…)

Esta tarde garabateaba un texto. (La expresión es errada, por cierto. Bendito seas, editor de texto. Enriquecido, según reza el Léame. Bendita tecnología. Amén) Recordé haber leído alguna cosa, y en un arranque de precisión me levanté para buscar el volumen en el que suponía estaba la raíz de mi recuerdo. Que soy torpe manipulando objetos no justifica el resultado: de entre los horizontales literalmente saltó al vacío un tomo que hace años se encontraba aprisionado entre congéneres. Los cuentos de Ise, Ariwara No Narihira. Biblioteca Personal Borges, tapa dura, negro azulado con letras doradas. Como no podía ser de otra manera, el libro volador se abrió, así, natural, descuidadamente. Leí.

Sobra decir que no era el libro que buscaba, que olvidé por completo la cita que originó mi movimiento y el consecuente intento de suicidio de aquel libro, y que los micro universos de haikus me enredaron con sus tramas sutiles.

Los designios son así, simplemente suceden. Como el arte, como el amor. Ya no pude sustraerme a la tentación que cayó sobre mí. Borges mismo presagió en el prólogo al libro de Narihira lo que sería mi travesura: imaginar circunstancias que justifiquen esos versos.

 

 

En Asincrónico Modo

 

 De la serie Varias mujeres hermosas - Toyohara Toyokuni I

XXX

Una vez un hombre envió esto a una dama a la que veía raramente:

El tiempo de nuestros encuentros

Sólo dura lo que un relámpago

Me digo,

Pero vuestra

Parece una eternidad

 

 

Llego por fin a la Terminal de Ómnibus, en Retiro. No tengo apuro. Restan aún dos horas para nuestro encuentro. Me falta todavía tomar el Costera Criolla, plataforma uno, autopista Buenos Aires - La Plata . El ticket en mi mano, una cifra para el asiento, la hora de partida, el valor del viaje. Calculo rápidamente: tardaré una hora más en llegar a La Plata. Perfecto. En un bolsillo del abrigo la dirección y el nombre del lugar que elegiste para esta ocasión. No conozco muy bien La Plata, pero creo que lo  encontraré sin mayor dificultad. Y luego esperar a que llegues. Esperar…

    Llegaste hasta mí como irrumpen la mayoría de las cosas que se vuelven imprescindibles. Un improbable accidente: viste en alguna página una palabra mía, algún vómito con aire literario provocado por la ingesta indiscriminada de nocturnidad y alevosía. Lo demás fue como siempre sucede. La fuerza de las causalidades que nos arroja en un océano inclemente de palabras, que a veces nos perdona la vida y nos deposita en playas vírgenes o costas pobladas de otros náufragos que se reconocen por detalles ínfimos: una manera de decir, el color de una frase, la elección de una palabra en un momento dado. Un tema cotidiano como todos, pero visto con el ojo extraviado en la belleza. Una frase de Clarice Lispector, “quiero una verdad inventada”. Un déjà vu de perfumes, una rara afición por la melancolía.

    Casi sin darnos cuenta fundamos un territorio personalísimo donde nacieron bares ficticios, muchachos que olvidaban libros en alguna mesa y muchachas que los recogían para tener una excusa de volver a esa misma mesa con la esperanza de un encuentro fortuito. Como el nuestro.

    Yo esperaba anhelante frente al monitor a que aparecieras trayéndome montañas de onomatopéyicas carcajadas, e hicieras un desfile íntimo de pésimas fotografías movidas, o con capturas de tu pose-sonrisa con ojos cerrados o en alguna descuidada postura incriminatoria. Y montones de anécdotas lacrimógenas que ponían en evidencia la total falta de circunspección de tu pasar por este mundo y el sistemático desinterés por un status quo obligatorio y moralista.

    Nos gustaba encapsularnos hasta la embriaguez en esa región particular que construimos con tangos de Astor Piazzolla, con poesías de Alejandra Pizarnik y los insustituibles y amados cuentos de Julio Cortázar, nuestro paredro. Pasábamos horas enteras conversando de temas imposibles, riéndonos a carcajadas de nuestros propios rostros desfigurados de ternura y deseo.

     

Una taza de café a medio vaciar. Un cenicero que pide inmediata profilaxis. Afuera la tarde que solloza mansamente. Adentro, una pareja sentada unas mesas mas allá, conversa en voz baja. Afuera la lluvia, una plazoleta, un perro deambula indeciso indiferente al tiempo, automóviles con los limpiaparabrisas que saludan, gente apresurada camina encogida bajo paraguas. Adentro los cristales de las ventanas empañados, de a ratos, lloran también. Mi libreta de notas abierta y el bolígrafo junto a un libro de Marlowe. Una frase escrita hace unos minutos: "No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final."

 

    Y un día la piel nos anunció su urgencia, y en cuerpo y sed nos entregamos solidarios y sumisos a la consumación del antiguo culto a Eros. Y entonces la boca se nos desbordó de apretados besos súbitos y lentos. Nuestros brazos entrelazados urdieron artesanalmente su símbolo perfecto. Yo esculpí tu cuerpo tembloroso con mis manos ávidas. Vos me dibujaste con los ojos cerrados un corazón en el pecho. Y por fin los dos nos colmamos de infinita ternura y silencio.

    Nos quisimos. Nos quisimos viajeros de sur a norte y del silencio al grito, entre Córdoba y Buenos Aires nos quisimos, con andenes y terminales y valijas e itinerarios en taxis bicolores. Nos quisimos amantes en un hotel de media estrella y cielo raso con espejos, entre ásperas sábanas y empalagosos perfumes nos quisimos, errantes entre las diagonales laberínticas de La Plata. Nos quisimos entre cafés y cigarrillos, en un fondín sin ventanas y primer piso, escondidos de las miradas acusadoras de los inquisidores. Nos quisimos noctámbulos de a cuatro bares por noche e incontables confesiones en todos los bancos de todas las plazas, entre copas y dos botellas de vino tinto y teatro de ciegos nos quisimos. Nos quisimos fervientes en un cuarto de pensión en esta ciudad con campanas, ensimismados lectores de Pessoa y Süskind con fondo de Bach y Las Variaciones Goldberg nos quisimos. Nos quisimos extáticos con ojos bien cerrados y el alma absorta con una melodía de Miles Davis. Nos quisimos caminantes entre San Telmo y el Puente de Las Mujeres, arqueólogos devotos de las librerías de Corrientes nos quisimos, en un bodegón español y con frutos de mar y sin probar bocado, y entre los eucaliptos del Parque Sarmiento entre mate y lágrimas nos quisimos. Nos quisimos, tanto y de tantas maneras.

     

Miro el reloj por enésima vez. Llevás quince minutos de retraso y ya hace más de cuarenta y cinco minutos que te espero. Pido otro café para distraerme. Menos mal que siempre tengo la precaución de traer algo para leer. Supongo que si logro matar el tiempo esta ansiedad se va a aburrir de tomarme el pelo, y dejará de hacerme encontrar en cualquier mujer que pase por la vereda un parecido a vos, a tu manera de andar, a tu cabello siempre revuelto, o la forma de tu cuerpo o tu espalda, solo para descubrir el error y reír en silencio pensando qué dirías si te contara. En cualquier momento vas a trasponer esa puerta con una sonrisa suspendida en tu rostro, como siempre que nos vemos, como tantas otras veces.

 

    Pero junto con nuestro arcano accidente, también descubrimos que éramos dueños de abismos demasiado hondos e inciertos . Que fuera de nuestra cápsula particular el mundo seguiría esperándonos allí para el inevitable ajuste de cuentas y saldos. Que tanta cosa irrenunciable que fue cayéndonos encima como una lluvia ácida, nos dejó tal vez una estela de claridad demasiado agostada e inasible como para irradiar la necesaria luz que nuestra verdad entrañablemente concebida exigía para seguir siendo. Sin que nuestra mística se agotara en la inercia y el tedio, sin claroscuros de presencias y abandonos, sin un sólo juicio sobre hechos e intenciones. Sin lágrimas, casi sin decir palabra, sin desamor. Tan sólo con un abrazo, un último anillo silente de inmenso cariño, nos alejamos.

    La misma ventanilla de ómnibus que recibió otras tantas veces nuestros besos arrojados como flechas incendiarias nos vio esta vez mirarnos fijamente desde una distancia ya insalvable y final. Yo te miraba desde el andén. Cerraste la cortina como si fuera un gesto de renuncia a salvar esa imagen como postrer recuerdo. Comprendí tu solicitud silenciosa. Partí cabizbajo, apretando los labios para no gritar.

 

Me avisás por un mensaje de texto que estás demorada, que un paciente llegó fuera de turno, que vas a llegar más tarde de lo previsto, que te disculpe y que ni se me ocurra irme.

 

Coda

 

Resumen En Otoño.

 

En la bóveda de la tarde cada pájaro es un punto

del recuerdo.

Asombra a veces que el fervor del tiempo

vuelva, sin cuerpo vuelva, ya sin motivo vuelva,

que la belleza, tan breve en su violento amor

nos guarde un eco en el descenso de la noche.

 

Y así, qué más que estarse con los brazos cruzados,

el corazón amontonado y ese sabor de polvo

que fue rosa o camino-

El vuelo excede el ala.

Sin humildad, saber que esto que resta

fue ganado a la sombra por la obra de silencio;

que la rama en la mano, que la lágrima oscura

son heredad, el hombre con su historia

la lámpara que alumbra.

 

Julio Cortázar,  de Salvo el Crepúsculo

 

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Aquí cuelgo un fragmento del texto anterior . Lo grabé hace unos días para ver como sonaba. Perdón por la calidad, es una grabación amateur.

 

 

Acuarela Nocturnal

viernes, 22 de febrero de 2008

Gustav Klimt, El Beso

Pienso en vos ahora.

Y decir pienso vos es también decir que pienso en la noche de anoche, en la noche y lo bien que se sentía ese suspiro fresco de la luna; en la ciudad de noche, en la ciudad y sus semáforos y las luces y la gente, la ciudad y su laberinto de calles, en vos y en mi; en vos y en mi, otro laberinto.

Pienso en este azar singular que nos obliga a llegar alternadamente tarde a nuestros encuentros, en lo tan temprano que se nos hace tan tarde; pienso en lo difícil que nos resultó encontrar los sanitarios en el Patio Olmos, y en ese llamativo manual del Olmos que tiene de todo a cuatro colores y en papel ilustración, y todo muy bonito, pero que carece por completo de un mapita de los sanitarios para la gente como uno, que no sabe hallarlos.

Pienso también en el despiste sistemático que nos empuja a cruzar avenidas casi sin mirar a los lados, en las francas puteadas que nos habrán dado esos tipos que casi nos atropellan en Estrada, en tu docilidad y en mi osadía, en la acrobacia de ballet que hicimos en la mitad de la calle cuando te alcé y en un giro estuvimos de nuevo sobre la vereda, muertos de risa.

Pienso en aquel señor que te recomendó unos sabores tan incoherentes en la heladería, en la salsa de arándanos que no nos ofrecieron y que imaginé deliciosa, en lo civilizados que fuimos en no reclamar aquella salsa de frutos rojos, en lo civilizados o complacientes que estábamos y al fin y al cabo para qué reclamar, en lo rico del helado de uvas al Rhum, y en lo necesario tomar un curso para sorber helado de uvas al Rhum sin ensuciarse las manos.

Pienso expresión de feliz cumpleaños mezclada con detective privado de la cara de Julieta cuando nos vio, y pienso en cuánto te vas a reír cuando te cuente lo que estuvo escribiéndome esta tarde, en la cantidad de gente que había en todas partes, y cuán poco me fije en la gente que había, yo, tan curioso siempre por lo que hace y dice la gente.

Pienso en vos y en mi, en vos y en mi en el Paseo del Buen Pastor, en vos con las luces de la capilla de fondo, en vos que estabas como estás en esta foto tan bonita que conseguimos, en que conseguimos una foto tan bonita de vos bonita con las luces del Paseo de fondo, en el sonido del agua del Paseo, en aquel bebedero y en vos bebiendo agua, y una pregunta acerca de lo conveniente de beber agua del bebedero después de beber el agua; pienso en vos sentada al borde de la fuente con un fondo de agua y noche y estrellas y luna y luces.

Pienso en la particular forma que terminó teniendo nuestro cadavre exquis in duetto, en los versos que escribiste y que se me transfiguran ante los ojos ahora y en que me resulta casi imposible no sonreír como pavo, en lo que me dijiste en esos versos que me hicieron sonreír como pavo; pienso en vos y en las veces que te oí reír desde bien adentro, y pienso en esa otra risa, esa risa que da me da risa pensar como risa, y también pienso en el ángel que se te sale de los ojos cuando reís.

Pienso en el susto que te di cuando aparecí por detrás y vos tan distraída y en que bien pude terminar desparramado en medio de la fuente, en el estuche de tus lentes preparados como un arma mortal en caso de, en caso de... y en si hubieses hecho uso del estuche de tus lentes en caso de...

Pienso en un semáforo en rojo y autos veloces que se acercan, y yo, ahora sí, y vos, ahora, crucemos, y yo un paso adelante, y vos indecisa y recelosa, y yo un brazo y una mano tendida hacia atrás, y yo, vení, y yo miro adelante y vos casi corriendo y vos, eso es trampa, y yo, que pequeña tu mano, y yo un poema de Julio que no te leí, y ahora es tan agradable tener tu mano como un sapito en mi mano, y es tan natural ir así con un sapito en mi mano, y yo me alejo un poco jugando, y vos el sapito sigue ahí y quizá se siente bien ahí y quiero que se sienta bien ahí...

Pienso en vos ahora. Y vos sos más que toda la noche.


Sombras de la China

jueves, 21 de febrero de 2008

Edvard Munch, El Grito



"No quiero la terrible limitación del quevive tan sólo de aquello capaz
de tener sentido.Yo no: quiero una verdad inventada"

CLARICE LISPECTOR

















Dicen que un artista famoso del primer rock‘n roll de los años 50’, en la penumbra de una habitación, un camarín, o cualquier otro sitio, encendía una lámpara, la dirigía hacia la pared y se interponía entre la luz de la lámpara y la pared, consiguiendo ver una sombra de sí mismo dibujada en la superficie de ésta última. Solía entonces sentarse por horas a hablar con su sombra, la interrogaba, la interpelaba, y entre sus propios silencios oía lo que su sombra decía y articulaba sus respuestas…

Leo en uno de mis viejos cuadernos de notas un boceto para un texto: “Verónica es el nombre de mi personaje. Un límite, una línea divisoria, el borde de una cornisa: el terror a no ser, a desaparecer sin haber vivido. Entiende que vivir tiene como única acepción posible: ser”

La sombra en la pared o la aceptación de la palmada en la espalda, la tarjeta de socio del club, un trabajo decente, el sueldo a fin de mes y el auto en cuotas.

Una vez más una hebra de mi ovillo en otro cuaderno: “Cualquier cosa antes que esta soledad que me está pudriendo los huesos.”

Una mordedura de araña: ser uno más a costa de renunciar a la sombra en la pared. Porque nadie se siente cómodo sentado al lado de un tipo que alucina. Aunque sea un simulacro de felicidad: una paz pactada a fuerza de renuncias.

Toda mi vida ha sido querer adaptarme a esto sin sentir en exceso su crudeza y su abyección (*)

Y entonces se me hace necesario renunciar a la renuncia: la máscara sería inmensamente menos enojosa. Y sin embargo ese camino nunca me acercaría al gerundio, me herrumbraría en el simple atavismo, en la apenas caricatura grosera que no conforma y corroe.

Un cristal se rompe. Despierto. Oigo mi grito. Quiero una verdad soberana: dibujo entonces una sombra chinesca en la pared. Y ella me responde.

(*) Fernando Pessoa, Libro del desasosiego

Alambres Invisibles

lunes, 18 de febrero de 2008

Y si supieras la cantidad de cosas que tenia ganas de decirte! ¿Habrás visto que casi me lanzo al abismo de tu boca, que en un momento el arrebato me cegó al punto de que solo necesité tus labios como único sostén para mi vuelo?

Y me gusta imaginar que sonreías para mi, que vos estabas también temblando de emoción cuando yo te miraba casi acariciándote con mis ojos y mis manos cerradas rozaban apenas el borde de tu mano que estaba ahí tendida como una invitación.

Y sin embargo, si elijo escribir sobre vos es sencillamente porque no puedo hacer más que mentirme así que te acerco un poco, mentir que es tanto menor la distancia y que acercándote en palabras te extraño un poco menos.

Pero te vas desdibujando de a poco. En mis ojos cerrados trato de impedir que te vayas y te agarro de las pestañas pero te zafás y te borrás de a poquito y yo te persigo, pero vos corrés mas rápido y final ya no te veo y detrás de los árboles te busco y ya no estás. Ya te fuiste otra vez.

Y en ese entonces ni siquiera imaginabas quien era yo, quién detrás de la sonrisa que te obsequiaba cada día sin fijarme siquiera en si te dabas cuenta de que era a vos a quien sonría y que no tenía ningún tipo de tic nervioso o alguna cosa parecida. Y eso eras: una fiesta en una casa grande y lujosa con muchos invitados y todos riendo y divirtiéndose, bebiendo la VIDA a grandes tragos. Y yo un gris señor que pasaba cavilando por la vereda y te espiaba furtivamente deseando que nadie pasara en ese momento.

Cuántas veces al mirarte me pregunté que sería lo que estaría pasando en ese momento por tu mente. Y es que en esa época aun eras Azul-la-extraña-mujer, la siempre ausente. Algunas veces entre humo pude ver algún atisbo de vos, de esa que allí detrás de una muralla vivía.

¿Cuándo fue que nos miramos por primera vez? Ojo, no me refiero a esa vez en que nos saludamos en la presentación de rigor, cuando alguien que yo conocía y te conocía a vos nos acerco en ignorancia total del peligro que eso supondría para cada uno de nosotros, no. No me refiero a la primera vez que te plantaste frente a mi con todo tu orgullo de hembra orgullosa de serlo y desafiante y pedantemente te hincaste con los pies siempre dispuestos a demostrar lo bien plantados que estabas sobre la tierra. Porque creo que esa vez ni siquiera nos vimos: éramos dos extraños que coincidían en espacio y tiempo, pero solo eso.

Además, que interés podías tener en un hombre tan opaco como lo fui siempre yo, vos, que siempre estabas ahí brillando frente a todo el mundo, centro y origen de toda la energía del universo en que por un mero capricho de algún dios coincidimos. A veces, y aunque cueste, porque ya visto todo desde acá la cosa no es tan clara, trato de acordarme de cómo fue que me fuiste modificando el firmamento aburrido y monótono que era mi vida (esa palabrita…) antes de vos.

Y si. Solemnidad sobre todas cosas: antes de vos y después de vos. Y que alguien me diga que es una idea demasiado romántica para ser verdad. (*)

Y siempre me escondía de una verdad que me era odiosa, de las certezas que todos parecían compartir y en mi eran simplemente aire. Allí estaban todos siendo una cosa que yo no podía concebir como cierta: o era esa una verdad a medias, un esfuerzo pactado entre todos en silencio para creer que de eso se trata la vida, un parecer, un aparentar que se vive, que se es así, nada mas, en esa superfluidad nunca reconocida…era eso o que yo había nacido con un defecto, con una minusvalía que me impedía realizarme y ser.

Cuantas veces me habré sentido como imagino se siente un zurdo que va a comprar algún accesorio y descubre que a nadie se le ocurrió que un zurdo lo podría llegar a querer y se fabrica únicamente para que lo usen los diestros…

Y así esta vida iba siempre hacia la derecha y yo que tengo una pierna más corta que otra parecía ir siempre chocándome con todos, porque por una cuestión en la que se combina la gravedad con la caída libre iba yo siempre tendiendo hacia el otro lado, rojo en vez de blanco o azul y así siempre.

Alguna vez me pregunté cuál fue el momento en que me salí de la rueda, el momento en que dejé de ser un engranaje más de la máquina. Pero al instante se produce la división celular y la duda se multiplica: ¿es que fui alguna vez parte de ella?

Porque cuando lo pienso creo intuir que siempre presentí la sospecha de alguna cosa que falseaba la verdad, sonido a frase prefabricada, una de esas frases que se dicen cuando hay que decir lo que hay que decir, de alguna manera era un admitir (por fuerza?) lo bueno de la serie a pesar de haberse visto los alambres ( cuando era chico pasaban por TV una serie de aventuras protagonizada por marionetas. Había veces en que los alambres con que las movían se veían y entonces la magia de que un muñeco de trapo mueva la boca para hablar se desvanecía. Pero en un instante uno se olvidaba de los alambrecitos, porque El Capitán Escarlata era demasiado valiente y su flota intergaláctica todo un placer y al fin y al cabo unos alambrecitos se olvidan tan rápido…)





(*) Nota del Autor: Desde aqui el texto original, escrito alguna madrugada olvidada, es un divague sobre otro asunto. Sólo por un sentido (tonto?) de fidelidad a la mano que escribió, no ha sido quitado de esta transcripción.

Cartas de Cyrano ( II )

domingo, 17 de febrero de 2008






 “El azul da a los demás colores su vibración”.
                                                PAUL CÉZANNE




Desde algún lugar del mundo.                                     

Estimada Dama, Azul:


¡Con qué placer he leído su esquela! Había comenzado a dudar de la eficiencia de los funcionarios de correos. Es fama que gran parte de los desencuentros entre las personas a través del tiempo han sido ocasionados por los malos hábitos de los empleados postales. Aunque, a ser justos, tenemos también algún memorable cartero, como aquel que llama dos veces, o el de nuestro estimado amigo, don Pablo Neruda, y, más moderno, el “Mr. Postman” de ese grupo de jóvenes flequilludos de Liverpool.

¿Cómo se lleva usted con las elecciones, cómo cuando le toca optar por una alternativa entre muchas? Y es que una disyuntiva invita siempre a la duda. Un antiguo relato de viajes cuenta sobre un caminante que se pierde en los túneles oscuros de una ciudad subterránea, sin más luz que la que podría conseguir con la yesca con que da lumbre a su pipa. Avezado en los menesteres propios de la aventura, no desespera de su situación, que por cierto, no es para nada halagüeña, se sienta, apoyándose contra una de las paredes de la caverna, enciende su pipa, y mientras presiente que el humo del tabaco se eleva en suaves volutas, comienza a escarbar en su mente en ese otro humo: evoca sus recuerdos (recordar: del latín re-cordis: volver a pasar por el corazón). No lleva cuenta de cuánto tiempo hace que le ocupa esta tarea. En cierto momento una brisa fresca le acaricia el rostro y le tiende una mano que lo invita a la salida de su encierro. La espera le ha mostrado la opción a seguir.

Debía yo elegir un camino entre todos los posibles para arrimarme a su mundo, como bien usted lo ha llamado. Me pregunta usted si juego con su curiosidad. Y ha dado en el blanco, aunque quizá sea precisa alguna apostilla.

Le hablé la última vez del azar y sus juegos. La invité también a un juego, por cierto. ¿Me permite una digresión? Robert Desnos, Paul Eluard, André Bretón y Tristán Tzara, cuatro tipos bien sesudos, representantes todos de la corriente surrealista de principios del siglo XX estaban redondamente aburridos de Paris y las luces y de tanto barrio latino y Sena y torre Eiffel. Uno de ellos (la historia no dice cuál) propuso un juego colectivo: uno de ellos escribiría una frase en un papel y luego la ocultaría realizando un pliego, dejando ver solo una o dos palabras. El siguiente jugador retomaría desde allí y aportaría una nueva frase, con lo que al final tendrían un texto escrito a cuatro (o más) manos. La historia cuenta que una de las frases que en aquel primer juego quedó plasmada fue “Le cadavre exquis boira le vin nouveau” (El cadáver exquisito beberá el vino nuevo). De ahí en adelante este juego, convertido cuasi en una técnica de los surrealistas, se conocerá como “Cadáver Exquisito”.

Elegí jugar. La invito a jugar. Escribamos un “cadavre exquis” de a dos. Que este ir y venir de palabras sea espejo y estanque y una mirada en la que mirarse.

Juego, es cierto. No con su curiosidad. La invité a inventar una estrella. Acaso sea más apropiado decir que la invité a que tejamos un universo.

El curriculum vitae. Tiene usted razón. Al menos en parte. Poco es lo que dije de mis datos curriculares. Pero es tanta la confianza que tengo en mi estrella que se que usted podrá verme en cuatro colores y tamaño real y tres dimensiones.

Tiene razón Usted, aun no he conseguido ver todos los rincones de su mundo…

Quiero saber de usted. Cuénteme alguno de sus recuerdos. Podría empezar por hablarme de aquellas canciones que tiene casi olvidadas y le hacían sentir cosas. Esas que fijaron tiempo y espacio y memoria. Cuénteme de los libros que le han hecho temblar de miedo o llorar de emoción y de las islas y montañas y desiertos y mares que recorrió en sus lecturas. Hábleme de cómo se imaginaba que sería el futuro cuando fuera mayor y ya no tuviera miedo a lo desconocido que se esconde debajo de la cama. Hábleme de las cosas que le importaban, por ejemplo, de sus peluches y sus pulseras. Hábleme de cierta vez en que no pudo hablar de tanta risa que le inundó el pecho y se atragantaba; de la amiga que más envidiaba en su adolescencia porque se sentía usted pequeña y feucha al lado de ella y aún así la adoraba. Hábleme de si le gustaba su nombre -si todavía le gusta- y si le regalaban caramelos el día de su cumpleaños. Cuénteme si jugaba en el patio de su casa y si se hizo moretones en las rodillas cuando tuvo su primera bicicleta. Dígame si tenía una mochila llena de sueños y adonde fue con ella en su primera excursión. Hábleme de todo eso. No hay prisa. Quiero saber de sus vacaciones, las de verano y las de invierno, y lo que pensó la primera vez que vio la nieve o el mar o la sonrisa de aquel muchacho que la miraba distinto, y de los nervios que sintió. Cuénteme de las cartas de amor que escribió a sus enamorados y nunca envió, de las horas que paso mirando el cielo en un atardecer y si alguna vez recibió el día mirando el alba.

Hoy deseo que me hable de esas cosas, de los ladrillitos de su mundo. Hábleme de la mujer que ahora imagino frente a mí, de ésta que con un gesto de su mano izquierda recoge un cabello que intuyo largo y encrespado, y dígame si sabrá reconocerme en este juego que comenzamos. ( * )

La niña imaginó una estrella como una lágrima del cielo.

La mujer que me mira a través de este mensaje en una botella.

Una lágrima puede también ser una sonrisa. La niña no era una niña tonta. No podría serlo. La niña ve una estrella, sueña con ella, y se convierte en mujer. Ella es también una estrella…

“Como cuando uno va a probar un bocado delicioso y quisiera nunca acabar de saborearlo...”
Me quedo ahora paladeando el momento en que pose su mirada en estas líneas.

Mi estrella me ha favorecido, y usted se asomó a la ventana y ahora la veo allí y me pregunto por usted…


Desde algún lugar,

Cyrano.

                              
“Qué bendición hay en lo azul. Nunca imaginé que lo azul pudiera ser tan azul”.

                                                                      VLADÍMIR NABOKOV


Cartas De Cyrano ( I )





Desde algún lugar del mundo.

Estimada “Dama Azul”:

Finalmente me decido a lanzar esta piedrita a su ventana, con la secreta esperanza de que el azar y mi estrella me acompañen, y se asome usted por un momento, así no sea más que por mera curiosidad…

Siempre resulta curioso pensar cómo las cosas pueden ordenarse, o desordenarse mas allá de todo lo concebible. Quizás ahora que usted lee estas líneas se halla cómodamente sentada, con una bebida a mano, abanicándose para espantar el calor. En cambio yo ahora me he puesto un abrigo, porque ha refrescado, y llueve mansamente, y las Variaciones Goldberg, y la madrugada. O tal vez para usted es la tarde de otro mes que éste en el que escribo, y mi futuro es su presente y ahora usted se recuesta con este pliego en sus manos, y yo camino un parque o leo un libro.

También puede ser que usted no guste de proceder metódicamente y ha comenzado a leer desde mi firma hacia arriba, como quien sube una escalera de espaldas y descubre que existe un lado oculto de las cosas. (Haga la prueba con cualquier escalera exterior. Piense que muy poco antes, la última vez que trepó esa escalera de la forma usual, el mundo de atrás quedaba excluido por la vista de la escalera misma. Pero basta con subir esa escalera para atrás, y verá cómo todo un mundo nuevo, antes abolido por el método y la costumbre, aparece como nacido en ese instante). En cambio si su mirada esta posada en este mismo renglón, estará trepando un peldaño agregado por mi mano indecisa poco antes de enviar esta misiva…( * )

Juegos del azar.

Yo desperté esta tarde de una necesaria siesta y cuando me dirigía a comprar víveres descubrí una nota introducida por debajo de la puerta. Era de un amigo cercano. Tenía apenas dos renglones. “La encontré. Es ella”, y luego una dirección, ésta que ahora utilizo en este intento de acercarme a usted. De nuevo, la trama de un travieso azar me pone en las manos la punta de un cordel (pienso ahora en un mito, una Desdémona, un Otelo, un Minotauro). ¿Y a dónde, a quién me llevará?

Juegos.

Si ha llegado hasta aquí (sea que haya empezado desde el encabezado, o desde mis señas) intuyo que está tentada a asomarse a la ventana y ver quién anda en su jardín arrojando guijarros a su ventana.

“¿Y quién golpea a mi ventana?”, pensará usted. “Es ella. La encontré”.

De nuevo las piezas de un puzle que mezcla formas, que inventa coincidencias y en una nube dibuja un caballo alado.

Pero ciertamente se hace preciso que tenga usted al menos una referencia. Por discreción y también travesura, voy a dejar en suspenso mis datos curriculares, que irán siéndole revelados cuando alguna situación lo requiera, o su curiosidad los haga necesarios. Mientras tanto le solicito acepte nombrarme, simplemente, Cyrano.

Hace un rato (unos minutos para usted, un par de horas para mí) escribí “mi estrella”. Es notable que su dirección contenga el color azul. Desde siempre me ha gustado ese color… (Cielo – azul – estrella – azul- cielo). Y quizás sea cierto que mi amigo ciertamente tiene esos poderes que tantas veces se atribuye. Y acaso… ”Es ella. La encontré”…

La invito, Dama Azul. Asómese a su ventana. Ese sonido que escucha no es un pajarillo ni un gato juguetón. Tiéndame usted la punta de un ovillo. Desenredemos el azar, inventemos una estrella y que el azul que es cielo nos preste por un rato las alas. Sin método, sin formulas. Arrimándose. Ahí viene un juego con espacio para dos. ¿Nos subimos, o lo dejamos pasar?

Desde algún lugar,
Atentamente,
Cyrano.


( * ) Paráfrasis sobre un audio de Julio Cortázar