Tres Variaciones sobre Los cuentos de Ise (Ariwara No Narihira)

viernes, 29 de febrero de 2008

 

 

borges 1

“De este o del otro lado del bien y del mal, estas páginas clásicas del Japón ignoran lo moral y lo inmoral. Como los cretenses, los habitantes de Ise tenían fama de mentirosos. El titulo de la obra sugeriría que los relatos que contiene son falsos. No es imposible que el anónimo autor haya compuesto muchos de los poemas y haya imaginado después las dramáticas circunstancias que lo explicarían”.

J. L. Borges

 

Prolegómeno

 

15-03-07_0240 En mi cuarto no caben más muebles. Resta apenas el espacio necesario para moverme: me encuentro cercado por la cómoda para los trapos (sólo los de estación, no pida mas, amigo) una mesa de luz con despertador radio portátil vaso con agua nocturna sed. Hombre prevenido, se sabe. Con un paso recorro el intervalo que va de la cama al escritorio con la computadora y una silla, y dos pasos más sobran para ganar la puerta.

En mi biblioteca no caben más libros. Una pared con tres módulos de estantes completos. Sobre cada línea de anaqueles repletos de tomos verticales, otros menos afortunados apilados en modo horizontal; sobre la cómoda, varias pilas de horizontales; sobre el televisor muchos de los más queridos, o frecuentes, o más recientes. También horizontales. (Leía hace unos días que entre algunas elites pseudoculturosas es un pecado intelectual mirar televisión. No se sulfuren, inquisidores. Este aparato pide hace años la visita de un técnico). Y los de la mesa de luz en posiciones varias, y los del bolso de mano, la lectura de turno. Ah, no olvidar. Los de facultad encerrados en una caja de cartón, bajo siete llaves.

(Adición realizada luego de hablar con S.: En mi cuarto no caben más muebles, en mi biblioteca no caben más libros. En mi mente los recuerdos amontonados en descomunal desorden. Y el aguijón de sentir la exigencia obsesa, la ardua necesidad de ser cabal con mi tarea de restaurador curador lutier: ellos vienen, irrefrenables, impolutos y obcecados. Entonces el insomnio a medio día: operación de atender sus pretensiones en tiempo y forma, sus voces estridentes, sus rapsodias y sus calidoscópicas figuras. En mi mente. ¿En mi corazón no cabe más? ¿Qué más? Que no haya más territorio para un dolor antiguo, moderno o contemporáneo. Que la piel no se condene descubierta para ganar una herida. Que se clausure la venta de odios y rencores, antipatías, aversiones, resentimientos y todas sus prosapias. Que se preserve de tanto naufragio un rincón tranquilo con pájaros nocturnos. Que en una grieta reseca se salve una semilla de cualquier flor silvestre. Que mi cuenco de sangre y tambor se vacíe de terror a la ausencia. Que consiga decir sin más, como Luis Eduardo: Prefiero, amor, amar…)

Esta tarde garabateaba un texto. (La expresión es errada, por cierto. Bendito seas, editor de texto. Enriquecido, según reza el Léame. Bendita tecnología. Amén) Recordé haber leído alguna cosa, y en un arranque de precisión me levanté para buscar el volumen en el que suponía estaba la raíz de mi recuerdo. Que soy torpe manipulando objetos no justifica el resultado: de entre los horizontales literalmente saltó al vacío un tomo que hace años se encontraba aprisionado entre congéneres. Los cuentos de Ise, Ariwara No Narihira. Biblioteca Personal Borges, tapa dura, negro azulado con letras doradas. Como no podía ser de otra manera, el libro volador se abrió, así, natural, descuidadamente. Leí.

Sobra decir que no era el libro que buscaba, que olvidé por completo la cita que originó mi movimiento y el consecuente intento de suicidio de aquel libro, y que los micro universos de haikus me enredaron con sus tramas sutiles.

Los designios son así, simplemente suceden. Como el arte, como el amor. Ya no pude sustraerme a la tentación que cayó sobre mí. Borges mismo presagió en el prólogo al libro de Narihira lo que sería mi travesura: imaginar circunstancias que justifiquen esos versos.

 

 

En Asincrónico Modo

 

 De la serie Varias mujeres hermosas - Toyohara Toyokuni I

XXX

Una vez un hombre envió esto a una dama a la que veía raramente:

El tiempo de nuestros encuentros

Sólo dura lo que un relámpago

Me digo,

Pero vuestra

Parece una eternidad

 

 

Llego por fin a la Terminal de Ómnibus, en Retiro. No tengo apuro. Restan aún dos horas para nuestro encuentro. Me falta todavía tomar el Costera Criolla, plataforma uno, autopista Buenos Aires - La Plata . El ticket en mi mano, una cifra para el asiento, la hora de partida, el valor del viaje. Calculo rápidamente: tardaré una hora más en llegar a La Plata. Perfecto. En un bolsillo del abrigo la dirección y el nombre del lugar que elegiste para esta ocasión. No conozco muy bien La Plata, pero creo que lo  encontraré sin mayor dificultad. Y luego esperar a que llegues. Esperar…

    Llegaste hasta mí como irrumpen la mayoría de las cosas que se vuelven imprescindibles. Un improbable accidente: viste en alguna página una palabra mía, algún vómito con aire literario provocado por la ingesta indiscriminada de nocturnidad y alevosía. Lo demás fue como siempre sucede. La fuerza de las causalidades que nos arroja en un océano inclemente de palabras, que a veces nos perdona la vida y nos deposita en playas vírgenes o costas pobladas de otros náufragos que se reconocen por detalles ínfimos: una manera de decir, el color de una frase, la elección de una palabra en un momento dado. Un tema cotidiano como todos, pero visto con el ojo extraviado en la belleza. Una frase de Clarice Lispector, “quiero una verdad inventada”. Un déjà vu de perfumes, una rara afición por la melancolía.

    Casi sin darnos cuenta fundamos un territorio personalísimo donde nacieron bares ficticios, muchachos que olvidaban libros en alguna mesa y muchachas que los recogían para tener una excusa de volver a esa misma mesa con la esperanza de un encuentro fortuito. Como el nuestro.

    Yo esperaba anhelante frente al monitor a que aparecieras trayéndome montañas de onomatopéyicas carcajadas, e hicieras un desfile íntimo de pésimas fotografías movidas, o con capturas de tu pose-sonrisa con ojos cerrados o en alguna descuidada postura incriminatoria. Y montones de anécdotas lacrimógenas que ponían en evidencia la total falta de circunspección de tu pasar por este mundo y el sistemático desinterés por un status quo obligatorio y moralista.

    Nos gustaba encapsularnos hasta la embriaguez en esa región particular que construimos con tangos de Astor Piazzolla, con poesías de Alejandra Pizarnik y los insustituibles y amados cuentos de Julio Cortázar, nuestro paredro. Pasábamos horas enteras conversando de temas imposibles, riéndonos a carcajadas de nuestros propios rostros desfigurados de ternura y deseo.

     

Una taza de café a medio vaciar. Un cenicero que pide inmediata profilaxis. Afuera la tarde que solloza mansamente. Adentro, una pareja sentada unas mesas mas allá, conversa en voz baja. Afuera la lluvia, una plazoleta, un perro deambula indeciso indiferente al tiempo, automóviles con los limpiaparabrisas que saludan, gente apresurada camina encogida bajo paraguas. Adentro los cristales de las ventanas empañados, de a ratos, lloran también. Mi libreta de notas abierta y el bolígrafo junto a un libro de Marlowe. Una frase escrita hace unos minutos: "No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final."

 

    Y un día la piel nos anunció su urgencia, y en cuerpo y sed nos entregamos solidarios y sumisos a la consumación del antiguo culto a Eros. Y entonces la boca se nos desbordó de apretados besos súbitos y lentos. Nuestros brazos entrelazados urdieron artesanalmente su símbolo perfecto. Yo esculpí tu cuerpo tembloroso con mis manos ávidas. Vos me dibujaste con los ojos cerrados un corazón en el pecho. Y por fin los dos nos colmamos de infinita ternura y silencio.

    Nos quisimos. Nos quisimos viajeros de sur a norte y del silencio al grito, entre Córdoba y Buenos Aires nos quisimos, con andenes y terminales y valijas e itinerarios en taxis bicolores. Nos quisimos amantes en un hotel de media estrella y cielo raso con espejos, entre ásperas sábanas y empalagosos perfumes nos quisimos, errantes entre las diagonales laberínticas de La Plata. Nos quisimos entre cafés y cigarrillos, en un fondín sin ventanas y primer piso, escondidos de las miradas acusadoras de los inquisidores. Nos quisimos noctámbulos de a cuatro bares por noche e incontables confesiones en todos los bancos de todas las plazas, entre copas y dos botellas de vino tinto y teatro de ciegos nos quisimos. Nos quisimos fervientes en un cuarto de pensión en esta ciudad con campanas, ensimismados lectores de Pessoa y Süskind con fondo de Bach y Las Variaciones Goldberg nos quisimos. Nos quisimos extáticos con ojos bien cerrados y el alma absorta con una melodía de Miles Davis. Nos quisimos caminantes entre San Telmo y el Puente de Las Mujeres, arqueólogos devotos de las librerías de Corrientes nos quisimos, en un bodegón español y con frutos de mar y sin probar bocado, y entre los eucaliptos del Parque Sarmiento entre mate y lágrimas nos quisimos. Nos quisimos, tanto y de tantas maneras.

     

Miro el reloj por enésima vez. Llevás quince minutos de retraso y ya hace más de cuarenta y cinco minutos que te espero. Pido otro café para distraerme. Menos mal que siempre tengo la precaución de traer algo para leer. Supongo que si logro matar el tiempo esta ansiedad se va a aburrir de tomarme el pelo, y dejará de hacerme encontrar en cualquier mujer que pase por la vereda un parecido a vos, a tu manera de andar, a tu cabello siempre revuelto, o la forma de tu cuerpo o tu espalda, solo para descubrir el error y reír en silencio pensando qué dirías si te contara. En cualquier momento vas a trasponer esa puerta con una sonrisa suspendida en tu rostro, como siempre que nos vemos, como tantas otras veces.

 

    Pero junto con nuestro arcano accidente, también descubrimos que éramos dueños de abismos demasiado hondos e inciertos . Que fuera de nuestra cápsula particular el mundo seguiría esperándonos allí para el inevitable ajuste de cuentas y saldos. Que tanta cosa irrenunciable que fue cayéndonos encima como una lluvia ácida, nos dejó tal vez una estela de claridad demasiado agostada e inasible como para irradiar la necesaria luz que nuestra verdad entrañablemente concebida exigía para seguir siendo. Sin que nuestra mística se agotara en la inercia y el tedio, sin claroscuros de presencias y abandonos, sin un sólo juicio sobre hechos e intenciones. Sin lágrimas, casi sin decir palabra, sin desamor. Tan sólo con un abrazo, un último anillo silente de inmenso cariño, nos alejamos.

    La misma ventanilla de ómnibus que recibió otras tantas veces nuestros besos arrojados como flechas incendiarias nos vio esta vez mirarnos fijamente desde una distancia ya insalvable y final. Yo te miraba desde el andén. Cerraste la cortina como si fuera un gesto de renuncia a salvar esa imagen como postrer recuerdo. Comprendí tu solicitud silenciosa. Partí cabizbajo, apretando los labios para no gritar.

 

Me avisás por un mensaje de texto que estás demorada, que un paciente llegó fuera de turno, que vas a llegar más tarde de lo previsto, que te disculpe y que ni se me ocurra irme.

 

Coda

 

Resumen En Otoño.

 

En la bóveda de la tarde cada pájaro es un punto

del recuerdo.

Asombra a veces que el fervor del tiempo

vuelva, sin cuerpo vuelva, ya sin motivo vuelva,

que la belleza, tan breve en su violento amor

nos guarde un eco en el descenso de la noche.

 

Y así, qué más que estarse con los brazos cruzados,

el corazón amontonado y ese sabor de polvo

que fue rosa o camino-

El vuelo excede el ala.

Sin humildad, saber que esto que resta

fue ganado a la sombra por la obra de silencio;

que la rama en la mano, que la lágrima oscura

son heredad, el hombre con su historia

la lámpara que alumbra.

 

Julio Cortázar,  de Salvo el Crepúsculo

 

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Aquí cuelgo un fragmento del texto anterior . Lo grabé hace unos días para ver como sonaba. Perdón por la calidad, es una grabación amateur.

 

 

Acuarela Nocturnal

viernes, 22 de febrero de 2008

Gustav Klimt, El Beso

Pienso en vos ahora.

Y decir pienso vos es también decir que pienso en la noche de anoche, en la noche y lo bien que se sentía ese suspiro fresco de la luna; en la ciudad de noche, en la ciudad y sus semáforos y las luces y la gente, la ciudad y su laberinto de calles, en vos y en mi; en vos y en mi, otro laberinto.

Pienso en este azar singular que nos obliga a llegar alternadamente tarde a nuestros encuentros, en lo tan temprano que se nos hace tan tarde; pienso en lo difícil que nos resultó encontrar los sanitarios en el Patio Olmos, y en ese llamativo manual del Olmos que tiene de todo a cuatro colores y en papel ilustración, y todo muy bonito, pero que carece por completo de un mapita de los sanitarios para la gente como uno, que no sabe hallarlos.

Pienso también en el despiste sistemático que nos empuja a cruzar avenidas casi sin mirar a los lados, en las francas puteadas que nos habrán dado esos tipos que casi nos atropellan en Estrada, en tu docilidad y en mi osadía, en la acrobacia de ballet que hicimos en la mitad de la calle cuando te alcé y en un giro estuvimos de nuevo sobre la vereda, muertos de risa.

Pienso en aquel señor que te recomendó unos sabores tan incoherentes en la heladería, en la salsa de arándanos que no nos ofrecieron y que imaginé deliciosa, en lo civilizados que fuimos en no reclamar aquella salsa de frutos rojos, en lo civilizados o complacientes que estábamos y al fin y al cabo para qué reclamar, en lo rico del helado de uvas al Rhum, y en lo necesario tomar un curso para sorber helado de uvas al Rhum sin ensuciarse las manos.

Pienso expresión de feliz cumpleaños mezclada con detective privado de la cara de Julieta cuando nos vio, y pienso en cuánto te vas a reír cuando te cuente lo que estuvo escribiéndome esta tarde, en la cantidad de gente que había en todas partes, y cuán poco me fije en la gente que había, yo, tan curioso siempre por lo que hace y dice la gente.

Pienso en vos y en mi, en vos y en mi en el Paseo del Buen Pastor, en vos con las luces de la capilla de fondo, en vos que estabas como estás en esta foto tan bonita que conseguimos, en que conseguimos una foto tan bonita de vos bonita con las luces del Paseo de fondo, en el sonido del agua del Paseo, en aquel bebedero y en vos bebiendo agua, y una pregunta acerca de lo conveniente de beber agua del bebedero después de beber el agua; pienso en vos sentada al borde de la fuente con un fondo de agua y noche y estrellas y luna y luces.

Pienso en la particular forma que terminó teniendo nuestro cadavre exquis in duetto, en los versos que escribiste y que se me transfiguran ante los ojos ahora y en que me resulta casi imposible no sonreír como pavo, en lo que me dijiste en esos versos que me hicieron sonreír como pavo; pienso en vos y en las veces que te oí reír desde bien adentro, y pienso en esa otra risa, esa risa que da me da risa pensar como risa, y también pienso en el ángel que se te sale de los ojos cuando reís.

Pienso en el susto que te di cuando aparecí por detrás y vos tan distraída y en que bien pude terminar desparramado en medio de la fuente, en el estuche de tus lentes preparados como un arma mortal en caso de, en caso de... y en si hubieses hecho uso del estuche de tus lentes en caso de...

Pienso en un semáforo en rojo y autos veloces que se acercan, y yo, ahora sí, y vos, ahora, crucemos, y yo un paso adelante, y vos indecisa y recelosa, y yo un brazo y una mano tendida hacia atrás, y yo, vení, y yo miro adelante y vos casi corriendo y vos, eso es trampa, y yo, que pequeña tu mano, y yo un poema de Julio que no te leí, y ahora es tan agradable tener tu mano como un sapito en mi mano, y es tan natural ir así con un sapito en mi mano, y yo me alejo un poco jugando, y vos el sapito sigue ahí y quizá se siente bien ahí y quiero que se sienta bien ahí...

Pienso en vos ahora. Y vos sos más que toda la noche.


Sombras de la China

jueves, 21 de febrero de 2008

Edvard Munch, El Grito



"No quiero la terrible limitación del quevive tan sólo de aquello capaz
de tener sentido.Yo no: quiero una verdad inventada"

CLARICE LISPECTOR

















Dicen que un artista famoso del primer rock‘n roll de los años 50’, en la penumbra de una habitación, un camarín, o cualquier otro sitio, encendía una lámpara, la dirigía hacia la pared y se interponía entre la luz de la lámpara y la pared, consiguiendo ver una sombra de sí mismo dibujada en la superficie de ésta última. Solía entonces sentarse por horas a hablar con su sombra, la interrogaba, la interpelaba, y entre sus propios silencios oía lo que su sombra decía y articulaba sus respuestas…

Leo en uno de mis viejos cuadernos de notas un boceto para un texto: “Verónica es el nombre de mi personaje. Un límite, una línea divisoria, el borde de una cornisa: el terror a no ser, a desaparecer sin haber vivido. Entiende que vivir tiene como única acepción posible: ser”

La sombra en la pared o la aceptación de la palmada en la espalda, la tarjeta de socio del club, un trabajo decente, el sueldo a fin de mes y el auto en cuotas.

Una vez más una hebra de mi ovillo en otro cuaderno: “Cualquier cosa antes que esta soledad que me está pudriendo los huesos.”

Una mordedura de araña: ser uno más a costa de renunciar a la sombra en la pared. Porque nadie se siente cómodo sentado al lado de un tipo que alucina. Aunque sea un simulacro de felicidad: una paz pactada a fuerza de renuncias.

Toda mi vida ha sido querer adaptarme a esto sin sentir en exceso su crudeza y su abyección (*)

Y entonces se me hace necesario renunciar a la renuncia: la máscara sería inmensamente menos enojosa. Y sin embargo ese camino nunca me acercaría al gerundio, me herrumbraría en el simple atavismo, en la apenas caricatura grosera que no conforma y corroe.

Un cristal se rompe. Despierto. Oigo mi grito. Quiero una verdad soberana: dibujo entonces una sombra chinesca en la pared. Y ella me responde.

(*) Fernando Pessoa, Libro del desasosiego

Alambres Invisibles

lunes, 18 de febrero de 2008

Y si supieras la cantidad de cosas que tenia ganas de decirte! ¿Habrás visto que casi me lanzo al abismo de tu boca, que en un momento el arrebato me cegó al punto de que solo necesité tus labios como único sostén para mi vuelo?

Y me gusta imaginar que sonreías para mi, que vos estabas también temblando de emoción cuando yo te miraba casi acariciándote con mis ojos y mis manos cerradas rozaban apenas el borde de tu mano que estaba ahí tendida como una invitación.

Y sin embargo, si elijo escribir sobre vos es sencillamente porque no puedo hacer más que mentirme así que te acerco un poco, mentir que es tanto menor la distancia y que acercándote en palabras te extraño un poco menos.

Pero te vas desdibujando de a poco. En mis ojos cerrados trato de impedir que te vayas y te agarro de las pestañas pero te zafás y te borrás de a poquito y yo te persigo, pero vos corrés mas rápido y final ya no te veo y detrás de los árboles te busco y ya no estás. Ya te fuiste otra vez.

Y en ese entonces ni siquiera imaginabas quien era yo, quién detrás de la sonrisa que te obsequiaba cada día sin fijarme siquiera en si te dabas cuenta de que era a vos a quien sonría y que no tenía ningún tipo de tic nervioso o alguna cosa parecida. Y eso eras: una fiesta en una casa grande y lujosa con muchos invitados y todos riendo y divirtiéndose, bebiendo la VIDA a grandes tragos. Y yo un gris señor que pasaba cavilando por la vereda y te espiaba furtivamente deseando que nadie pasara en ese momento.

Cuántas veces al mirarte me pregunté que sería lo que estaría pasando en ese momento por tu mente. Y es que en esa época aun eras Azul-la-extraña-mujer, la siempre ausente. Algunas veces entre humo pude ver algún atisbo de vos, de esa que allí detrás de una muralla vivía.

¿Cuándo fue que nos miramos por primera vez? Ojo, no me refiero a esa vez en que nos saludamos en la presentación de rigor, cuando alguien que yo conocía y te conocía a vos nos acerco en ignorancia total del peligro que eso supondría para cada uno de nosotros, no. No me refiero a la primera vez que te plantaste frente a mi con todo tu orgullo de hembra orgullosa de serlo y desafiante y pedantemente te hincaste con los pies siempre dispuestos a demostrar lo bien plantados que estabas sobre la tierra. Porque creo que esa vez ni siquiera nos vimos: éramos dos extraños que coincidían en espacio y tiempo, pero solo eso.

Además, que interés podías tener en un hombre tan opaco como lo fui siempre yo, vos, que siempre estabas ahí brillando frente a todo el mundo, centro y origen de toda la energía del universo en que por un mero capricho de algún dios coincidimos. A veces, y aunque cueste, porque ya visto todo desde acá la cosa no es tan clara, trato de acordarme de cómo fue que me fuiste modificando el firmamento aburrido y monótono que era mi vida (esa palabrita…) antes de vos.

Y si. Solemnidad sobre todas cosas: antes de vos y después de vos. Y que alguien me diga que es una idea demasiado romántica para ser verdad. (*)

Y siempre me escondía de una verdad que me era odiosa, de las certezas que todos parecían compartir y en mi eran simplemente aire. Allí estaban todos siendo una cosa que yo no podía concebir como cierta: o era esa una verdad a medias, un esfuerzo pactado entre todos en silencio para creer que de eso se trata la vida, un parecer, un aparentar que se vive, que se es así, nada mas, en esa superfluidad nunca reconocida…era eso o que yo había nacido con un defecto, con una minusvalía que me impedía realizarme y ser.

Cuantas veces me habré sentido como imagino se siente un zurdo que va a comprar algún accesorio y descubre que a nadie se le ocurrió que un zurdo lo podría llegar a querer y se fabrica únicamente para que lo usen los diestros…

Y así esta vida iba siempre hacia la derecha y yo que tengo una pierna más corta que otra parecía ir siempre chocándome con todos, porque por una cuestión en la que se combina la gravedad con la caída libre iba yo siempre tendiendo hacia el otro lado, rojo en vez de blanco o azul y así siempre.

Alguna vez me pregunté cuál fue el momento en que me salí de la rueda, el momento en que dejé de ser un engranaje más de la máquina. Pero al instante se produce la división celular y la duda se multiplica: ¿es que fui alguna vez parte de ella?

Porque cuando lo pienso creo intuir que siempre presentí la sospecha de alguna cosa que falseaba la verdad, sonido a frase prefabricada, una de esas frases que se dicen cuando hay que decir lo que hay que decir, de alguna manera era un admitir (por fuerza?) lo bueno de la serie a pesar de haberse visto los alambres ( cuando era chico pasaban por TV una serie de aventuras protagonizada por marionetas. Había veces en que los alambres con que las movían se veían y entonces la magia de que un muñeco de trapo mueva la boca para hablar se desvanecía. Pero en un instante uno se olvidaba de los alambrecitos, porque El Capitán Escarlata era demasiado valiente y su flota intergaláctica todo un placer y al fin y al cabo unos alambrecitos se olvidan tan rápido…)





(*) Nota del Autor: Desde aqui el texto original, escrito alguna madrugada olvidada, es un divague sobre otro asunto. Sólo por un sentido (tonto?) de fidelidad a la mano que escribió, no ha sido quitado de esta transcripción.

Cartas de Cyrano ( II )

domingo, 17 de febrero de 2008






 “El azul da a los demás colores su vibración”.
                                                PAUL CÉZANNE




Desde algún lugar del mundo.                                     

Estimada Dama, Azul:


¡Con qué placer he leído su esquela! Había comenzado a dudar de la eficiencia de los funcionarios de correos. Es fama que gran parte de los desencuentros entre las personas a través del tiempo han sido ocasionados por los malos hábitos de los empleados postales. Aunque, a ser justos, tenemos también algún memorable cartero, como aquel que llama dos veces, o el de nuestro estimado amigo, don Pablo Neruda, y, más moderno, el “Mr. Postman” de ese grupo de jóvenes flequilludos de Liverpool.

¿Cómo se lleva usted con las elecciones, cómo cuando le toca optar por una alternativa entre muchas? Y es que una disyuntiva invita siempre a la duda. Un antiguo relato de viajes cuenta sobre un caminante que se pierde en los túneles oscuros de una ciudad subterránea, sin más luz que la que podría conseguir con la yesca con que da lumbre a su pipa. Avezado en los menesteres propios de la aventura, no desespera de su situación, que por cierto, no es para nada halagüeña, se sienta, apoyándose contra una de las paredes de la caverna, enciende su pipa, y mientras presiente que el humo del tabaco se eleva en suaves volutas, comienza a escarbar en su mente en ese otro humo: evoca sus recuerdos (recordar: del latín re-cordis: volver a pasar por el corazón). No lleva cuenta de cuánto tiempo hace que le ocupa esta tarea. En cierto momento una brisa fresca le acaricia el rostro y le tiende una mano que lo invita a la salida de su encierro. La espera le ha mostrado la opción a seguir.

Debía yo elegir un camino entre todos los posibles para arrimarme a su mundo, como bien usted lo ha llamado. Me pregunta usted si juego con su curiosidad. Y ha dado en el blanco, aunque quizá sea precisa alguna apostilla.

Le hablé la última vez del azar y sus juegos. La invité también a un juego, por cierto. ¿Me permite una digresión? Robert Desnos, Paul Eluard, André Bretón y Tristán Tzara, cuatro tipos bien sesudos, representantes todos de la corriente surrealista de principios del siglo XX estaban redondamente aburridos de Paris y las luces y de tanto barrio latino y Sena y torre Eiffel. Uno de ellos (la historia no dice cuál) propuso un juego colectivo: uno de ellos escribiría una frase en un papel y luego la ocultaría realizando un pliego, dejando ver solo una o dos palabras. El siguiente jugador retomaría desde allí y aportaría una nueva frase, con lo que al final tendrían un texto escrito a cuatro (o más) manos. La historia cuenta que una de las frases que en aquel primer juego quedó plasmada fue “Le cadavre exquis boira le vin nouveau” (El cadáver exquisito beberá el vino nuevo). De ahí en adelante este juego, convertido cuasi en una técnica de los surrealistas, se conocerá como “Cadáver Exquisito”.

Elegí jugar. La invito a jugar. Escribamos un “cadavre exquis” de a dos. Que este ir y venir de palabras sea espejo y estanque y una mirada en la que mirarse.

Juego, es cierto. No con su curiosidad. La invité a inventar una estrella. Acaso sea más apropiado decir que la invité a que tejamos un universo.

El curriculum vitae. Tiene usted razón. Al menos en parte. Poco es lo que dije de mis datos curriculares. Pero es tanta la confianza que tengo en mi estrella que se que usted podrá verme en cuatro colores y tamaño real y tres dimensiones.

Tiene razón Usted, aun no he conseguido ver todos los rincones de su mundo…

Quiero saber de usted. Cuénteme alguno de sus recuerdos. Podría empezar por hablarme de aquellas canciones que tiene casi olvidadas y le hacían sentir cosas. Esas que fijaron tiempo y espacio y memoria. Cuénteme de los libros que le han hecho temblar de miedo o llorar de emoción y de las islas y montañas y desiertos y mares que recorrió en sus lecturas. Hábleme de cómo se imaginaba que sería el futuro cuando fuera mayor y ya no tuviera miedo a lo desconocido que se esconde debajo de la cama. Hábleme de las cosas que le importaban, por ejemplo, de sus peluches y sus pulseras. Hábleme de cierta vez en que no pudo hablar de tanta risa que le inundó el pecho y se atragantaba; de la amiga que más envidiaba en su adolescencia porque se sentía usted pequeña y feucha al lado de ella y aún así la adoraba. Hábleme de si le gustaba su nombre -si todavía le gusta- y si le regalaban caramelos el día de su cumpleaños. Cuénteme si jugaba en el patio de su casa y si se hizo moretones en las rodillas cuando tuvo su primera bicicleta. Dígame si tenía una mochila llena de sueños y adonde fue con ella en su primera excursión. Hábleme de todo eso. No hay prisa. Quiero saber de sus vacaciones, las de verano y las de invierno, y lo que pensó la primera vez que vio la nieve o el mar o la sonrisa de aquel muchacho que la miraba distinto, y de los nervios que sintió. Cuénteme de las cartas de amor que escribió a sus enamorados y nunca envió, de las horas que paso mirando el cielo en un atardecer y si alguna vez recibió el día mirando el alba.

Hoy deseo que me hable de esas cosas, de los ladrillitos de su mundo. Hábleme de la mujer que ahora imagino frente a mí, de ésta que con un gesto de su mano izquierda recoge un cabello que intuyo largo y encrespado, y dígame si sabrá reconocerme en este juego que comenzamos. ( * )

La niña imaginó una estrella como una lágrima del cielo.

La mujer que me mira a través de este mensaje en una botella.

Una lágrima puede también ser una sonrisa. La niña no era una niña tonta. No podría serlo. La niña ve una estrella, sueña con ella, y se convierte en mujer. Ella es también una estrella…

“Como cuando uno va a probar un bocado delicioso y quisiera nunca acabar de saborearlo...”
Me quedo ahora paladeando el momento en que pose su mirada en estas líneas.

Mi estrella me ha favorecido, y usted se asomó a la ventana y ahora la veo allí y me pregunto por usted…


Desde algún lugar,

Cyrano.

                              
“Qué bendición hay en lo azul. Nunca imaginé que lo azul pudiera ser tan azul”.

                                                                      VLADÍMIR NABOKOV


Cartas De Cyrano ( I )





Desde algún lugar del mundo.

Estimada “Dama Azul”:

Finalmente me decido a lanzar esta piedrita a su ventana, con la secreta esperanza de que el azar y mi estrella me acompañen, y se asome usted por un momento, así no sea más que por mera curiosidad…

Siempre resulta curioso pensar cómo las cosas pueden ordenarse, o desordenarse mas allá de todo lo concebible. Quizás ahora que usted lee estas líneas se halla cómodamente sentada, con una bebida a mano, abanicándose para espantar el calor. En cambio yo ahora me he puesto un abrigo, porque ha refrescado, y llueve mansamente, y las Variaciones Goldberg, y la madrugada. O tal vez para usted es la tarde de otro mes que éste en el que escribo, y mi futuro es su presente y ahora usted se recuesta con este pliego en sus manos, y yo camino un parque o leo un libro.

También puede ser que usted no guste de proceder metódicamente y ha comenzado a leer desde mi firma hacia arriba, como quien sube una escalera de espaldas y descubre que existe un lado oculto de las cosas. (Haga la prueba con cualquier escalera exterior. Piense que muy poco antes, la última vez que trepó esa escalera de la forma usual, el mundo de atrás quedaba excluido por la vista de la escalera misma. Pero basta con subir esa escalera para atrás, y verá cómo todo un mundo nuevo, antes abolido por el método y la costumbre, aparece como nacido en ese instante). En cambio si su mirada esta posada en este mismo renglón, estará trepando un peldaño agregado por mi mano indecisa poco antes de enviar esta misiva…( * )

Juegos del azar.

Yo desperté esta tarde de una necesaria siesta y cuando me dirigía a comprar víveres descubrí una nota introducida por debajo de la puerta. Era de un amigo cercano. Tenía apenas dos renglones. “La encontré. Es ella”, y luego una dirección, ésta que ahora utilizo en este intento de acercarme a usted. De nuevo, la trama de un travieso azar me pone en las manos la punta de un cordel (pienso ahora en un mito, una Desdémona, un Otelo, un Minotauro). ¿Y a dónde, a quién me llevará?

Juegos.

Si ha llegado hasta aquí (sea que haya empezado desde el encabezado, o desde mis señas) intuyo que está tentada a asomarse a la ventana y ver quién anda en su jardín arrojando guijarros a su ventana.

“¿Y quién golpea a mi ventana?”, pensará usted. “Es ella. La encontré”.

De nuevo las piezas de un puzle que mezcla formas, que inventa coincidencias y en una nube dibuja un caballo alado.

Pero ciertamente se hace preciso que tenga usted al menos una referencia. Por discreción y también travesura, voy a dejar en suspenso mis datos curriculares, que irán siéndole revelados cuando alguna situación lo requiera, o su curiosidad los haga necesarios. Mientras tanto le solicito acepte nombrarme, simplemente, Cyrano.

Hace un rato (unos minutos para usted, un par de horas para mí) escribí “mi estrella”. Es notable que su dirección contenga el color azul. Desde siempre me ha gustado ese color… (Cielo – azul – estrella – azul- cielo). Y quizás sea cierto que mi amigo ciertamente tiene esos poderes que tantas veces se atribuye. Y acaso… ”Es ella. La encontré”…

La invito, Dama Azul. Asómese a su ventana. Ese sonido que escucha no es un pajarillo ni un gato juguetón. Tiéndame usted la punta de un ovillo. Desenredemos el azar, inventemos una estrella y que el azul que es cielo nos preste por un rato las alas. Sin método, sin formulas. Arrimándose. Ahí viene un juego con espacio para dos. ¿Nos subimos, o lo dejamos pasar?

Desde algún lugar,
Atentamente,
Cyrano.


( * ) Paráfrasis sobre un audio de Julio Cortázar