La Radio y Yo

jueves, 12 de abril de 2007



En nuestra casa de Moreno, en Buenos Aires, a mis cinco o seis años no había televisor. Así que la radio era una presencia casi constante. Nos levantábamos con la radio, desayunábamos con la radio, almorzábamos y cenábamos en compañía de la radio.

Desde siempre tuve problemas para conciliar el sueño: estaba destinado a ser un noctámbulo empedernido.
Creo que le debo a mi padre la costumbre de dormir con música. Y es que los dormitorios de la casa donde vivíamos en esa época, estaban en una de esas casillas prefabricadas con subdivisiones de material prensado, parecido al cartón o aglomerado, y tenia paredes de madera terciada. Papá se acostaba temprano, porque también tenía que levantarse de madrugada para ir a la fábrica donde trabajaba. Cuando nosotros nos íbamos a dormir, y apagábamos la luz, se oía zumbar desde su mesa de luz su radio a transistores.

Era una de esas radios portátiles, seguramente china o taiwanesa, comprada a bajo costo en el Once. En medio de la oscuridad y silencio de ese barrio obrero, la radio sonaba a la vez lejana y vecina. Entre la estática, que con mucha paciencia papá intentaba reducir a un mínimo aceptable barriendo ida y vuelta la ruedita del dial, llegaba la voz de Lionel Godoy, locutor de Radio El Mundo, en su programa “La noche con Amigos”. Y entonces se oía a Edmundo Rivero diciendo “La ultima curda”, “Sur”, o “Nieblas del Riachuelo”, y su potente voz de bajo y su fraseo de arrabal ocupaban el aire. Pero si Lionel Godoy decía, en cambio, que era el turno del “Polaco”, Roberto Goyeneche, la estática dejaba de ser apenas un hilo y se incrementaba. Y claro, era señal de que papá con urgencia decidía seguir firme en su idea de que “El Polaco” no cantaba, balbucía, y el viene y va sobre la rueda del dial empezaba otra vez, y radio El Mundo perdía un escucha que se pasaba a Radio Del Plata, a Jorge Bocacci y su “Bocacci a Tango Limpio”.

El viejo me heredó quizás el primer gusto por el tango. Bah, para ser justos, por la música toda.
Y el fútbol del domingo. Aunque ahí la cosa ya no era tan fácil. Y es que a mi me divertía más José María Muñoz, en La Oral Deportiva, Radio Rivadavia, y cómo decía su eterno Gooooool!, tan imitado luego por otros locutores. Imitado también por nosotros en nuestros juegos, claro. Pero el viejo escuchaba en Radio Mitre a Víctor Hugo Morales, ese uruguayo que aún hoy nos hace emocionar cuando escuchamos el audio del gol “del” Diego a los ingleses en el mundial del ’86. Muchos años pasarían para que entendiera esa preferencia. Y es que a los 6 años uno no está enterado que un locutor de radio puede colaborar con una dictadura militar, aunque solo sea hablando a un micrófono.

El ’82 fue un año memorable, y es que ese año comencé el primer grado en la escuela del barrio. Una tarde al volver, corriendo como siempre, entré en la cocina de la casa y me quedé parado, sin entender lo que pasaba. Papá tenía encendida la radio, y oía las noticias. Acodado en la mesa, la cabeza entre las manos, lloraba. “Yo, yo tendría que estar ahí”, decía, y con ese puño enorme que tiene, golpeaba la mesa, una y otra vez. Era el 2 de Mayo, y en la radio la noticia era que los ingleses habían hundido el Buque Ara General Belgrano. Volvería a ver así a papá, en junio, cuando se anunciara por Cadena Nacional la rendición y la pérdida de las islas.

Las mañanas eran más bien tardías en casa, para nosotros al menos, mechadas con mate de leche y tostadas, y años mas tarde, el verdadero mate. Y la radio, claro. Mamá desde que se levantaba sintonizaba a Héctor Larrea, en su clásico de más de 30 años, Rapidísimo. Mamá es una persona de risa fácil, siempre pronta a la carcajada, y no me cuesta nada recordar los alaridos que daba cuando Don Luis Landriscina hacia una entrada en el programa, y contaba, contaba como se debe, según papá, un cuento de santiagueños. A mi me gustaba también, pero sentía una simpatía especial por el despiste sistemático de ese otro personaje al que aún no había visto en televisión, Minguito Tinguitela. Y como imitar es regla cuando se es chico, “Qué haces, tri tri?”, una de las frases de Mingo, se ganó risas familiares, y alguna vez un buen reto, porque también es regla infantil ser “políticamente incorrecto”.

Quién diría que muchos años después, oyendo la trompeta de Miles Davis, o Charly Parker, el recuerdo de esas mañanas volvería limpio en el tiempo. Tal vez la culpa de que la semilla del jazz se haya metido en mis oídos sea al fin y al cabo de “Hetitor” Larrea, y su porfía de musicalizar su Rapidísimo como mejor le parecía.

Por algún tiempo vivió en nuestra casa mi abuelo paterno. Como buen tucumano, la costumbre de dormir la siesta era para él un rito casi obligatorio. Tenía una reposera plegable, de lona, y armaba su siesta en la galería de la casa. Él tenía un radio grabador Hitachi, aparato que codicié en secreto muchas veces, lleno de botones, y agujas rojas en los amperímetros, lucecitas que subían y bajaban según el volumen, y hasta sintonizaba onda corta. El nos decía que ahí él escuchaba radios de otros países, en otros idiomas. Aún así creo que al abuelo le gustaba el estilo sensacionalista, porque casi todo el día oía Radio Colonia, con su jingle de noticiero, “Hay más informaciones, para este boletín”. Leía también el diario Crónica, pero eso es parte de otra historia.

Creo que debía tener unos 13 o 14 años cuando heredé mi primer radio: un grabador Noblex doble con casetera (Noblex, o nada que oír, decía por aquel entonces la publicidad radial de esa marca), usado, muy usado, claro. Fue a través de ese equipo que la radio se metió más intensamente entre las cosas importantes de la adolescencia.

Por aquella época en la barra de amigos las aguas se dividían a la hora de la defensa y ataque a una u otra emisora.

Por un lado estaban los que se habían subido al tren de una moda que comenzó a imponerse en muchas radios FM y que haría historia, los charts o rankings, y oían radios como FM TOP, FM HIT (Daisy May Queen se convertiría en el molde para muchas locutoras edulcoradas, a tal punto que aún hoy su estilo sigue presente en muchas FM). Los de este subgrupo discutían lo merecido o inmerecido de que tal o cual tema se ubicara esa semana en mejor o peor posición que en la precedente, o llamaban por teléfono decenas de veces a la radio para hacer fuerza para que su tema trepara hasta el codiciado numero uno.

En otra esquina estábamos los que cultivábamos un estilo mas soft, acérrimos oyentes de Radio Horizonte (94.3), Aspen (102.3) y la primer época de FM100, con Juan Elías Ranieri a la cabeza, aunque la emisora luego seguiría los pasos de las radios que llenaban la programación de éxitos latinos, que duraban un verano, o menos. Lo nuestro era el pop británico y estadounidense, The Police y U2, o unos aún desconocidos Maná, y Soda Stereo y el buen rock nacional. Claro que dejábamos un estimable lugar a la rebeldía metódica de los locutores de “la” Rock & Pop.

Y estaban los otros, los menos, un hermano mío entre ellos, que habían tomado la posta del tecno y el house que emitían en la radio Z95, con programas como “La maquina del sonido”, y su “cheto” (y estridente) conductor, Bebe Sanzo, o su variante aún más tecno, radio Energy¸ o simplemente la NRG, y su dios particular: Dj Dero.

Conservo aún, mas por nostalgia que por otra razón, algunas cintas grabadas en la radio, casetes que originalmente fueron de algún curso de inglés, o de algún conjunto ya olvidado de chamamé y guaránias, sustraído furtivamente de entre los de mamá, y algunas pocas hechas en cintas vírgenes de pésima calidad, de esas que comprábamos en oferta, tres o cuatro a precio ínfimo. En una de esas cintas, se oye, al final de un tema de U2, la voz de Martin Wullich, locutor emblemático de Radio Horizonte, FM 94.3, decir: “Tres de la mañana. En Buenos Aires, una nueva hora comienza”. Era una vez más el insomnio, y la radio, Enrique Matavos y su programa “La noche de Radio Horizonte”.

“La mañana de Julio Lagos” en Radio Continental, y luego en Aspen 102.3, acompañó los años en que trabaje como operador en un locutorio en Capital Federal. Noticias, notas de color, literatura comentada eran los ingredientes de ese ciclo. A finales de Junio del ’97 Julio Lagos anunciaba un programa especial que saldría al aire el 2 de Julio. Se cumplían entonces cinco años del fallecimiento de Maestro, Astor Piazzolla, y la radio le rendía su homenaje. Fue también la ocasión de conocer una música sublime que a partir de allí estaría cotidianamente entre mis preferencias.

Hace casi una década, una amiga me habló de un programa radial, desconocido para mí, que calificó de excelente, y mencionó la posibilidad de ver el programa en vivo. La cita era en la bodega del ya mítico Café Tortoni, el programa “La venganza será terrible”, y el conductor, claro, Alejandro Dolina (las legendarias trasnoches de la bodega del Café Tortoni pasaron a mejor vida en el Buenos Aires post Cromañón) Creo no equivocarme si digo que esa experiencia, repetida con enorme placer muchas veces, fue una de las mas importantes para terminar entender el porqué de la magia y el influjo que la radio ha tenido, y tiene aún hoy, en mi vida.