Tres Variaciones sobre Los cuentos de Ise (Ariwara No Narihira)

viernes, 29 de febrero de 2008

 

 

borges 1

“De este o del otro lado del bien y del mal, estas páginas clásicas del Japón ignoran lo moral y lo inmoral. Como los cretenses, los habitantes de Ise tenían fama de mentirosos. El titulo de la obra sugeriría que los relatos que contiene son falsos. No es imposible que el anónimo autor haya compuesto muchos de los poemas y haya imaginado después las dramáticas circunstancias que lo explicarían”.

J. L. Borges

 

Prolegómeno

 

15-03-07_0240 En mi cuarto no caben más muebles. Resta apenas el espacio necesario para moverme: me encuentro cercado por la cómoda para los trapos (sólo los de estación, no pida mas, amigo) una mesa de luz con despertador radio portátil vaso con agua nocturna sed. Hombre prevenido, se sabe. Con un paso recorro el intervalo que va de la cama al escritorio con la computadora y una silla, y dos pasos más sobran para ganar la puerta.

En mi biblioteca no caben más libros. Una pared con tres módulos de estantes completos. Sobre cada línea de anaqueles repletos de tomos verticales, otros menos afortunados apilados en modo horizontal; sobre la cómoda, varias pilas de horizontales; sobre el televisor muchos de los más queridos, o frecuentes, o más recientes. También horizontales. (Leía hace unos días que entre algunas elites pseudoculturosas es un pecado intelectual mirar televisión. No se sulfuren, inquisidores. Este aparato pide hace años la visita de un técnico). Y los de la mesa de luz en posiciones varias, y los del bolso de mano, la lectura de turno. Ah, no olvidar. Los de facultad encerrados en una caja de cartón, bajo siete llaves.

(Adición realizada luego de hablar con S.: En mi cuarto no caben más muebles, en mi biblioteca no caben más libros. En mi mente los recuerdos amontonados en descomunal desorden. Y el aguijón de sentir la exigencia obsesa, la ardua necesidad de ser cabal con mi tarea de restaurador curador lutier: ellos vienen, irrefrenables, impolutos y obcecados. Entonces el insomnio a medio día: operación de atender sus pretensiones en tiempo y forma, sus voces estridentes, sus rapsodias y sus calidoscópicas figuras. En mi mente. ¿En mi corazón no cabe más? ¿Qué más? Que no haya más territorio para un dolor antiguo, moderno o contemporáneo. Que la piel no se condene descubierta para ganar una herida. Que se clausure la venta de odios y rencores, antipatías, aversiones, resentimientos y todas sus prosapias. Que se preserve de tanto naufragio un rincón tranquilo con pájaros nocturnos. Que en una grieta reseca se salve una semilla de cualquier flor silvestre. Que mi cuenco de sangre y tambor se vacíe de terror a la ausencia. Que consiga decir sin más, como Luis Eduardo: Prefiero, amor, amar…)

Esta tarde garabateaba un texto. (La expresión es errada, por cierto. Bendito seas, editor de texto. Enriquecido, según reza el Léame. Bendita tecnología. Amén) Recordé haber leído alguna cosa, y en un arranque de precisión me levanté para buscar el volumen en el que suponía estaba la raíz de mi recuerdo. Que soy torpe manipulando objetos no justifica el resultado: de entre los horizontales literalmente saltó al vacío un tomo que hace años se encontraba aprisionado entre congéneres. Los cuentos de Ise, Ariwara No Narihira. Biblioteca Personal Borges, tapa dura, negro azulado con letras doradas. Como no podía ser de otra manera, el libro volador se abrió, así, natural, descuidadamente. Leí.

Sobra decir que no era el libro que buscaba, que olvidé por completo la cita que originó mi movimiento y el consecuente intento de suicidio de aquel libro, y que los micro universos de haikus me enredaron con sus tramas sutiles.

Los designios son así, simplemente suceden. Como el arte, como el amor. Ya no pude sustraerme a la tentación que cayó sobre mí. Borges mismo presagió en el prólogo al libro de Narihira lo que sería mi travesura: imaginar circunstancias que justifiquen esos versos.

 

 

En Asincrónico Modo

 

 De la serie Varias mujeres hermosas - Toyohara Toyokuni I

XXX

Una vez un hombre envió esto a una dama a la que veía raramente:

El tiempo de nuestros encuentros

Sólo dura lo que un relámpago

Me digo,

Pero vuestra

Parece una eternidad

 

 

Llego por fin a la Terminal de Ómnibus, en Retiro. No tengo apuro. Restan aún dos horas para nuestro encuentro. Me falta todavía tomar el Costera Criolla, plataforma uno, autopista Buenos Aires - La Plata . El ticket en mi mano, una cifra para el asiento, la hora de partida, el valor del viaje. Calculo rápidamente: tardaré una hora más en llegar a La Plata. Perfecto. En un bolsillo del abrigo la dirección y el nombre del lugar que elegiste para esta ocasión. No conozco muy bien La Plata, pero creo que lo  encontraré sin mayor dificultad. Y luego esperar a que llegues. Esperar…

    Llegaste hasta mí como irrumpen la mayoría de las cosas que se vuelven imprescindibles. Un improbable accidente: viste en alguna página una palabra mía, algún vómito con aire literario provocado por la ingesta indiscriminada de nocturnidad y alevosía. Lo demás fue como siempre sucede. La fuerza de las causalidades que nos arroja en un océano inclemente de palabras, que a veces nos perdona la vida y nos deposita en playas vírgenes o costas pobladas de otros náufragos que se reconocen por detalles ínfimos: una manera de decir, el color de una frase, la elección de una palabra en un momento dado. Un tema cotidiano como todos, pero visto con el ojo extraviado en la belleza. Una frase de Clarice Lispector, “quiero una verdad inventada”. Un déjà vu de perfumes, una rara afición por la melancolía.

    Casi sin darnos cuenta fundamos un territorio personalísimo donde nacieron bares ficticios, muchachos que olvidaban libros en alguna mesa y muchachas que los recogían para tener una excusa de volver a esa misma mesa con la esperanza de un encuentro fortuito. Como el nuestro.

    Yo esperaba anhelante frente al monitor a que aparecieras trayéndome montañas de onomatopéyicas carcajadas, e hicieras un desfile íntimo de pésimas fotografías movidas, o con capturas de tu pose-sonrisa con ojos cerrados o en alguna descuidada postura incriminatoria. Y montones de anécdotas lacrimógenas que ponían en evidencia la total falta de circunspección de tu pasar por este mundo y el sistemático desinterés por un status quo obligatorio y moralista.

    Nos gustaba encapsularnos hasta la embriaguez en esa región particular que construimos con tangos de Astor Piazzolla, con poesías de Alejandra Pizarnik y los insustituibles y amados cuentos de Julio Cortázar, nuestro paredro. Pasábamos horas enteras conversando de temas imposibles, riéndonos a carcajadas de nuestros propios rostros desfigurados de ternura y deseo.

     

Una taza de café a medio vaciar. Un cenicero que pide inmediata profilaxis. Afuera la tarde que solloza mansamente. Adentro, una pareja sentada unas mesas mas allá, conversa en voz baja. Afuera la lluvia, una plazoleta, un perro deambula indeciso indiferente al tiempo, automóviles con los limpiaparabrisas que saludan, gente apresurada camina encogida bajo paraguas. Adentro los cristales de las ventanas empañados, de a ratos, lloran también. Mi libreta de notas abierta y el bolígrafo junto a un libro de Marlowe. Una frase escrita hace unos minutos: "No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final."

 

    Y un día la piel nos anunció su urgencia, y en cuerpo y sed nos entregamos solidarios y sumisos a la consumación del antiguo culto a Eros. Y entonces la boca se nos desbordó de apretados besos súbitos y lentos. Nuestros brazos entrelazados urdieron artesanalmente su símbolo perfecto. Yo esculpí tu cuerpo tembloroso con mis manos ávidas. Vos me dibujaste con los ojos cerrados un corazón en el pecho. Y por fin los dos nos colmamos de infinita ternura y silencio.

    Nos quisimos. Nos quisimos viajeros de sur a norte y del silencio al grito, entre Córdoba y Buenos Aires nos quisimos, con andenes y terminales y valijas e itinerarios en taxis bicolores. Nos quisimos amantes en un hotel de media estrella y cielo raso con espejos, entre ásperas sábanas y empalagosos perfumes nos quisimos, errantes entre las diagonales laberínticas de La Plata. Nos quisimos entre cafés y cigarrillos, en un fondín sin ventanas y primer piso, escondidos de las miradas acusadoras de los inquisidores. Nos quisimos noctámbulos de a cuatro bares por noche e incontables confesiones en todos los bancos de todas las plazas, entre copas y dos botellas de vino tinto y teatro de ciegos nos quisimos. Nos quisimos fervientes en un cuarto de pensión en esta ciudad con campanas, ensimismados lectores de Pessoa y Süskind con fondo de Bach y Las Variaciones Goldberg nos quisimos. Nos quisimos extáticos con ojos bien cerrados y el alma absorta con una melodía de Miles Davis. Nos quisimos caminantes entre San Telmo y el Puente de Las Mujeres, arqueólogos devotos de las librerías de Corrientes nos quisimos, en un bodegón español y con frutos de mar y sin probar bocado, y entre los eucaliptos del Parque Sarmiento entre mate y lágrimas nos quisimos. Nos quisimos, tanto y de tantas maneras.

     

Miro el reloj por enésima vez. Llevás quince minutos de retraso y ya hace más de cuarenta y cinco minutos que te espero. Pido otro café para distraerme. Menos mal que siempre tengo la precaución de traer algo para leer. Supongo que si logro matar el tiempo esta ansiedad se va a aburrir de tomarme el pelo, y dejará de hacerme encontrar en cualquier mujer que pase por la vereda un parecido a vos, a tu manera de andar, a tu cabello siempre revuelto, o la forma de tu cuerpo o tu espalda, solo para descubrir el error y reír en silencio pensando qué dirías si te contara. En cualquier momento vas a trasponer esa puerta con una sonrisa suspendida en tu rostro, como siempre que nos vemos, como tantas otras veces.

 

    Pero junto con nuestro arcano accidente, también descubrimos que éramos dueños de abismos demasiado hondos e inciertos . Que fuera de nuestra cápsula particular el mundo seguiría esperándonos allí para el inevitable ajuste de cuentas y saldos. Que tanta cosa irrenunciable que fue cayéndonos encima como una lluvia ácida, nos dejó tal vez una estela de claridad demasiado agostada e inasible como para irradiar la necesaria luz que nuestra verdad entrañablemente concebida exigía para seguir siendo. Sin que nuestra mística se agotara en la inercia y el tedio, sin claroscuros de presencias y abandonos, sin un sólo juicio sobre hechos e intenciones. Sin lágrimas, casi sin decir palabra, sin desamor. Tan sólo con un abrazo, un último anillo silente de inmenso cariño, nos alejamos.

    La misma ventanilla de ómnibus que recibió otras tantas veces nuestros besos arrojados como flechas incendiarias nos vio esta vez mirarnos fijamente desde una distancia ya insalvable y final. Yo te miraba desde el andén. Cerraste la cortina como si fuera un gesto de renuncia a salvar esa imagen como postrer recuerdo. Comprendí tu solicitud silenciosa. Partí cabizbajo, apretando los labios para no gritar.

 

Me avisás por un mensaje de texto que estás demorada, que un paciente llegó fuera de turno, que vas a llegar más tarde de lo previsto, que te disculpe y que ni se me ocurra irme.

 

Coda

 

Resumen En Otoño.

 

En la bóveda de la tarde cada pájaro es un punto

del recuerdo.

Asombra a veces que el fervor del tiempo

vuelva, sin cuerpo vuelva, ya sin motivo vuelva,

que la belleza, tan breve en su violento amor

nos guarde un eco en el descenso de la noche.

 

Y así, qué más que estarse con los brazos cruzados,

el corazón amontonado y ese sabor de polvo

que fue rosa o camino-

El vuelo excede el ala.

Sin humildad, saber que esto que resta

fue ganado a la sombra por la obra de silencio;

que la rama en la mano, que la lágrima oscura

son heredad, el hombre con su historia

la lámpara que alumbra.

 

Julio Cortázar,  de Salvo el Crepúsculo

 

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Aquí cuelgo un fragmento del texto anterior . Lo grabé hace unos días para ver como sonaba. Perdón por la calidad, es una grabación amateur.