Cartas de Cyrano ( II )

domingo, 17 de febrero de 2008






 “El azul da a los demás colores su vibración”.
                                                PAUL CÉZANNE




Desde algún lugar del mundo.                                     

Estimada Dama, Azul:


¡Con qué placer he leído su esquela! Había comenzado a dudar de la eficiencia de los funcionarios de correos. Es fama que gran parte de los desencuentros entre las personas a través del tiempo han sido ocasionados por los malos hábitos de los empleados postales. Aunque, a ser justos, tenemos también algún memorable cartero, como aquel que llama dos veces, o el de nuestro estimado amigo, don Pablo Neruda, y, más moderno, el “Mr. Postman” de ese grupo de jóvenes flequilludos de Liverpool.

¿Cómo se lleva usted con las elecciones, cómo cuando le toca optar por una alternativa entre muchas? Y es que una disyuntiva invita siempre a la duda. Un antiguo relato de viajes cuenta sobre un caminante que se pierde en los túneles oscuros de una ciudad subterránea, sin más luz que la que podría conseguir con la yesca con que da lumbre a su pipa. Avezado en los menesteres propios de la aventura, no desespera de su situación, que por cierto, no es para nada halagüeña, se sienta, apoyándose contra una de las paredes de la caverna, enciende su pipa, y mientras presiente que el humo del tabaco se eleva en suaves volutas, comienza a escarbar en su mente en ese otro humo: evoca sus recuerdos (recordar: del latín re-cordis: volver a pasar por el corazón). No lleva cuenta de cuánto tiempo hace que le ocupa esta tarea. En cierto momento una brisa fresca le acaricia el rostro y le tiende una mano que lo invita a la salida de su encierro. La espera le ha mostrado la opción a seguir.

Debía yo elegir un camino entre todos los posibles para arrimarme a su mundo, como bien usted lo ha llamado. Me pregunta usted si juego con su curiosidad. Y ha dado en el blanco, aunque quizá sea precisa alguna apostilla.

Le hablé la última vez del azar y sus juegos. La invité también a un juego, por cierto. ¿Me permite una digresión? Robert Desnos, Paul Eluard, André Bretón y Tristán Tzara, cuatro tipos bien sesudos, representantes todos de la corriente surrealista de principios del siglo XX estaban redondamente aburridos de Paris y las luces y de tanto barrio latino y Sena y torre Eiffel. Uno de ellos (la historia no dice cuál) propuso un juego colectivo: uno de ellos escribiría una frase en un papel y luego la ocultaría realizando un pliego, dejando ver solo una o dos palabras. El siguiente jugador retomaría desde allí y aportaría una nueva frase, con lo que al final tendrían un texto escrito a cuatro (o más) manos. La historia cuenta que una de las frases que en aquel primer juego quedó plasmada fue “Le cadavre exquis boira le vin nouveau” (El cadáver exquisito beberá el vino nuevo). De ahí en adelante este juego, convertido cuasi en una técnica de los surrealistas, se conocerá como “Cadáver Exquisito”.

Elegí jugar. La invito a jugar. Escribamos un “cadavre exquis” de a dos. Que este ir y venir de palabras sea espejo y estanque y una mirada en la que mirarse.

Juego, es cierto. No con su curiosidad. La invité a inventar una estrella. Acaso sea más apropiado decir que la invité a que tejamos un universo.

El curriculum vitae. Tiene usted razón. Al menos en parte. Poco es lo que dije de mis datos curriculares. Pero es tanta la confianza que tengo en mi estrella que se que usted podrá verme en cuatro colores y tamaño real y tres dimensiones.

Tiene razón Usted, aun no he conseguido ver todos los rincones de su mundo…

Quiero saber de usted. Cuénteme alguno de sus recuerdos. Podría empezar por hablarme de aquellas canciones que tiene casi olvidadas y le hacían sentir cosas. Esas que fijaron tiempo y espacio y memoria. Cuénteme de los libros que le han hecho temblar de miedo o llorar de emoción y de las islas y montañas y desiertos y mares que recorrió en sus lecturas. Hábleme de cómo se imaginaba que sería el futuro cuando fuera mayor y ya no tuviera miedo a lo desconocido que se esconde debajo de la cama. Hábleme de las cosas que le importaban, por ejemplo, de sus peluches y sus pulseras. Hábleme de cierta vez en que no pudo hablar de tanta risa que le inundó el pecho y se atragantaba; de la amiga que más envidiaba en su adolescencia porque se sentía usted pequeña y feucha al lado de ella y aún así la adoraba. Hábleme de si le gustaba su nombre -si todavía le gusta- y si le regalaban caramelos el día de su cumpleaños. Cuénteme si jugaba en el patio de su casa y si se hizo moretones en las rodillas cuando tuvo su primera bicicleta. Dígame si tenía una mochila llena de sueños y adonde fue con ella en su primera excursión. Hábleme de todo eso. No hay prisa. Quiero saber de sus vacaciones, las de verano y las de invierno, y lo que pensó la primera vez que vio la nieve o el mar o la sonrisa de aquel muchacho que la miraba distinto, y de los nervios que sintió. Cuénteme de las cartas de amor que escribió a sus enamorados y nunca envió, de las horas que paso mirando el cielo en un atardecer y si alguna vez recibió el día mirando el alba.

Hoy deseo que me hable de esas cosas, de los ladrillitos de su mundo. Hábleme de la mujer que ahora imagino frente a mí, de ésta que con un gesto de su mano izquierda recoge un cabello que intuyo largo y encrespado, y dígame si sabrá reconocerme en este juego que comenzamos. ( * )

La niña imaginó una estrella como una lágrima del cielo.

La mujer que me mira a través de este mensaje en una botella.

Una lágrima puede también ser una sonrisa. La niña no era una niña tonta. No podría serlo. La niña ve una estrella, sueña con ella, y se convierte en mujer. Ella es también una estrella…

“Como cuando uno va a probar un bocado delicioso y quisiera nunca acabar de saborearlo...”
Me quedo ahora paladeando el momento en que pose su mirada en estas líneas.

Mi estrella me ha favorecido, y usted se asomó a la ventana y ahora la veo allí y me pregunto por usted…


Desde algún lugar,

Cyrano.

                              
“Qué bendición hay en lo azul. Nunca imaginé que lo azul pudiera ser tan azul”.

                                                                      VLADÍMIR NABOKOV


0 Dimes y diretes: